Nos levantamos tempranito (y cuando digo tempranito, es muuuuy tempranito) y sentimos el frío de la mañana montañesa. El pueblo aún dormido nos deja pasar en su silencio matutino por las calles todavía desiertas, en las que sin embargo ya despiertan las golondrinas (Hirundo rustica). Con los ojos pegados nos dirigimos a la calzada romana.
Hay muchos, muchos rabilargos (Cyanopica cyanus) (mi libreta echaba humo, recogiendo todos los datos que podía) y terminamos viendo algunas de las oropéndolas (Oriolus oriolus) que nos rodeaban;
Vimos un cuco volando (Cuculus canorus), y nos acompañó con su canto repetitivo toda la mañana.
A mitad de la subida, escuchamos un ruido nuevo: lo reconocí enseguida, era un picapinos (Dendrocopos major, creo). Recordando un reportaje de David Attenborough, cogí dos piedras bajo la mirada incrédula de Mugen y golpeé el árbol. Poco después él también lo hacía, y tuvimos al picapinos a tres o cuatro metros de nosotros, curioseando a ver quiénes éramos nosotros y qué hacíamos allí. ¡De verdad que funciona!
Muchas tarabillas (Torquata saxícola), herrerillos (Parus caeruleus) y carboneros, (Parus major), mosquiteros (Philloscopus collibita), una alondra (Alauda arvensis) y algunos más cantaban entre el verde follaje de robles y castaños, acompañados por el ruido de los canales de agua que corren todo el año junto a la calzada.
Descubrimos rastros de zorros y un nido de herrerillos en un árbol, lleno de pollitos hambrientos. Un paraje realmente precioso, muy bueno para desconectar y pasarlo bien en el campo.
Al volver de la marcha, desayuno con las famosas mermeladas del hotel, fresa, higo, kiwi, mora y tomate en tostadas crujientes y calentitas, acompañadas de zumo de naranja y café.
Tras recoger la habitación, bajamos a aprovechar el último ratito de jacuzzi. Un invento realmente valioso, y útil después de una intensa caminata.
Salimos camino de Eljas, al cual bautizamos como "el pueblo vertical". No es tan bonito como San Martín, pero la gente es cálida, sobre todo cuando al subir por las estrechas y enrevesadas callejuelas empinadas descubrimos que había un punto en el que ya no se podía subir más ni dar la vuelta si no querías encajarte entre los muros encalados, sólo podías bajar marcha atrás. Arriba disfrutamos de unas vistas impresionantes.
Luego seguimos bajando hasta Valverde, donde comimos; no me gustó tanto como San Martín, que desde luego, se lleva el premio gordo. De hecho, a ninguno de los dos nos importaría irnos a vivir allí en algún momento de nuestra vida.
Habíamos dejado los caminos y carreteras rurales, así que no nos podíamos parar cada vez que veíamos un pájaro o un rastro de algo.
Ya cogimos el caminito y nos vinimos para casa, después de un fin de semana inolvidable. Y como siempre, dejamos muuuchas cosas por hacer, así que habrá que volver.
Hay muchos, muchos rabilargos (Cyanopica cyanus) (mi libreta echaba humo, recogiendo todos los datos que podía) y terminamos viendo algunas de las oropéndolas (Oriolus oriolus) que nos rodeaban;
Vimos un cuco volando (Cuculus canorus), y nos acompañó con su canto repetitivo toda la mañana.
A mitad de la subida, escuchamos un ruido nuevo: lo reconocí enseguida, era un picapinos (Dendrocopos major, creo). Recordando un reportaje de David Attenborough, cogí dos piedras bajo la mirada incrédula de Mugen y golpeé el árbol. Poco después él también lo hacía, y tuvimos al picapinos a tres o cuatro metros de nosotros, curioseando a ver quiénes éramos nosotros y qué hacíamos allí. ¡De verdad que funciona!
Muchas tarabillas (Torquata saxícola), herrerillos (Parus caeruleus) y carboneros, (Parus major), mosquiteros (Philloscopus collibita), una alondra (Alauda arvensis) y algunos más cantaban entre el verde follaje de robles y castaños, acompañados por el ruido de los canales de agua que corren todo el año junto a la calzada.
Cantos de oropéndolas
Descubrimos rastros de zorros y un nido de herrerillos en un árbol, lleno de pollitos hambrientos. Un paraje realmente precioso, muy bueno para desconectar y pasarlo bien en el campo.
Al volver de la marcha, desayuno con las famosas mermeladas del hotel, fresa, higo, kiwi, mora y tomate en tostadas crujientes y calentitas, acompañadas de zumo de naranja y café.
Tras recoger la habitación, bajamos a aprovechar el último ratito de jacuzzi. Un invento realmente valioso, y útil después de una intensa caminata.
Salimos camino de Eljas, al cual bautizamos como "el pueblo vertical". No es tan bonito como San Martín, pero la gente es cálida, sobre todo cuando al subir por las estrechas y enrevesadas callejuelas empinadas descubrimos que había un punto en el que ya no se podía subir más ni dar la vuelta si no querías encajarte entre los muros encalados, sólo podías bajar marcha atrás. Arriba disfrutamos de unas vistas impresionantes.
Luego seguimos bajando hasta Valverde, donde comimos; no me gustó tanto como San Martín, que desde luego, se lleva el premio gordo. De hecho, a ninguno de los dos nos importaría irnos a vivir allí en algún momento de nuestra vida.
Habíamos dejado los caminos y carreteras rurales, así que no nos podíamos parar cada vez que veíamos un pájaro o un rastro de algo.
Ya cogimos el caminito y nos vinimos para casa, después de un fin de semana inolvidable. Y como siempre, dejamos muuuchas cosas por hacer, así que habrá que volver.
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
ResponderEliminar