martes, 29 de julio de 2008

Rutina Doñanera




Las primeras semanas era bastante común levantarnos antes del amanecer y desayunar con los ojos pegados, porque no nos acostabamos verdaderamente temprano. Teníamos que salir a medir la vegetación y había que empezar con las primeras luces para aprovechar, porque luego, al subir el sol, la marisma podía ser un verdadero horno.


Usábamos dos tipos de herramientas: un cuadrado de 30 cm de lado, dividido en 4, con el que mediamos el porcentaje del suelo cubierto de hierba (grama) y el verdor, y una regla corriente y moliente para la altura. Pero si lo que crecía eran castañuelas (esa especie de juncos tan mona) entonces tirábamos un metro cuadrado de alambre (solía llevarlo Antonio, o Franki en su defecto) y contábamos las castañuelas que crecían dentro, y una especie de cañas que se llaman Fragmites (según Pomulates, trilobites) y que cortaban un poco. Solía haber entre 100 y 200 castañuelas, y un par de decenas de fragmites.

Acabábamos el mejor de los días alrededor de las 12 o 12:30, y volvíamos al Palacio. Dependiendo del grado de cansancio que tuviéramos, hacíamos alguna excursión a las dunas o nos quedábamos en la RBD (Reserva Biológica de Doñana, el nombre del palacio) durmiendo la siesta del carnero, antes de comer. La comida la servían a las dos y media, y nos quitaban los platos menos de una hora después,así que a veces nos estresábamos bastante.
Durante la siesta, si habíamos dormido, nos íbamos al Bolín, donde había dos ordenadores con internet, también para pasar datos y esas cosas que se suponía que deberíamos estar haciendo.

A las seis teníamos que estar en los puestos de observación, dos andamios, la terraza del chalet y la torre de vigilancia de incendios. Pomulates y yo echamos a suertes quién se quedaba con la torre antiincendios, y me la quedé yo. Al final creo que salí ganando, porque allí arriba tenía la compañía del guarda del Seprona, una silla de ordenador, y sombra y brisa fresquita que te cagas, así que no pasé calor. Y unas vistas impresionantes.

Solía haber un ciervo tumbado entre las castañuelas desde antes de que yo subiera. Aprendí pronto a distinguir las motitas que eran ciervos, e incluso a encontrar sus cuernos a simple vista entre las castañuelas, lo cual no era fácil, porque son casi del mismo color. Los primeros días, cada vez que veía un punto oscuro andando por la marisma, corría a buscarlo con el telescopio, y solía ser una vaca o una yegua doñanera. Sí, a pesar de que esto es reserva biológica, uno de los grados más altos de protección en España, tiene aprovechamiento ganadero. No sabemos si esto influye en la fauna autóctona, ¡pero lo vamos a averigüar!


A lo largo de la tarde iban apareciendo más machos y hembras acompañadas de su cría y/o su hembra joven. Era entretenido ir apuntando sus posiciones en el mapa, y su comportamiento. Pero este año, como la berrea empezó antes por culpa de este veranito tan fresquito, pronto empezó a ser aburrido, alrededor del día 15.


Aquella atalaya me permitía ver muy MUY (y cuando digo muy es muy) cerca milanos (Milvus milvus), águilas calzadas (Hieraaetus pennatus), abejarucos (Merops apiaster) que pasaban todas las tardes alborotando, y muchos estorninos descarados (Sturnus vulgaris).

A las ocho y media o nueve cuando empezaba a oscurecer y ya no se veía ni un pijo, recogía las cosas y me bajaba. Poco después llegaban los de los andamios, (Pomulates y Jero The Boss, o poco después, Franki), ducha y cena. A veces salíamos de marcha a Matalascañas.¡Pero este año nos lo vamos a pasar mejor!

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