Pues no sé si habrá una campaña de "sobre mi cuerpo decido yo" de las madres erizas en mi casa o qué, pero lo cierto es que, otra vez, ha aparecido una camada de una semana de edad dispersa por mi césped.
Había salido a tirar el agua de la fregona y escuché un chillidito inconfundible y me fui guiando hasta encontrar un erizo minúsculo llorando entre la hierba. Al ver que no había madre a la vista ni lugar de refugio cercano, eché a correr en busca de un cubo limpio para guardarlo antes de intentar averiguar algo más. No quería repetir lo que pasó hace dos años.
Antes de llegar a la casa vi a Nermal echado en el césped y al acercarme comprobé que tenía otro ericito entre las patas. Sólo lo miraba, sin hacer nada. Así que entré en casa corriendo, agarré un cubo y la báscula para saber su edad y volví a salir a recolectarlos.
En total encontré cuatro, dos morenos y dos rubios, con la ayuda de Nermal, que me los fue buscando. Al revés que hace dos años, en vez de permanecer juntos se habían dispersado aleatoriamente. Pensé que el nido tenía que estar en la hierba de la pampa (Cortadeira selloana). Al pesarlos confirmé que tenían la misma edad que los de la otra vez, pues tenían pesos que oscilaban entre los 50g y los 60g.
Como me tenía que ir, dejé a mi familia encargada de buscar a la madre y el nido. Hace varias semanas que veíamos a una eriza gordita rondar por la hierba de la pampa y pensamos que muy lejos no tenía que estar.
A la noche, cuando volví, me dijeron que habían visto una eriza por la hierba de la pampa, así que los soltamos junto a ella y salieron llorando, llamando a su mamá. Vimos que iban todos derechitos hacia dentro así que ya nos relajamos.
A la mañana siguiente me levanté temprano para comprobar que no se habían vuelto a perder por el jardín. Tras una búsqueda exhaustiva, encontré uno que se había debido de extraviar y no había entrado al nido. Estaba mojadito y casi tieso de frío, así que entré corriendo, lo sequé y preparé un par de bolsas de agua caliente para reanimarlo. Mientras, mi madre y yo seguíamos recorriendo el jardín en busca de los demás. Pensé que lo mismo el cárabo de mi casa, hambriento, se los había ventilado...
Salimos a comprar leche de cabra para darle de comer, ya que no sabíamos si su madre los había acogido o los había rechazado y le di una toma. Estaba ya recuperado con el calorcito del agua caliente y se movía perfectamente. Era uno de los pequeñitos morenos que no se asustaba de nada y hasta era suave. A mediodía mi padre abrió la hierba de la pampa y encontró el nido, en el que había una madre y dos crías. Me mosqueé al ver que faltaba la cuarta, pero no la encontramos por ninguna parte. Así que seguí pensando en el cárabo.
Le devolvimos al pequeño y volvimos a cerrar el nido. Sabía que las erizas son muy sensibles y probablemente intentaría mudarse al haber sido descubierta.
Por la noche, cuando ya pensaba que todo estaba solucionado, salí a separar una pelea de gatos (la madre de los gatitos no hace más que fastidiar a los míos) y de pronto escuché de nuevo la llamada de un ericito. Al borde de la desesperación (qué pasa con estos bebés?) salí con una linterna a ver qué pasaba.
A cincuenta metros, ya en el cauce seco del arroyo, pero aún dentro de mi propiedad, estaba la madre eriza de mudanza. Pero sólo llevaba dos crías. Una era la morena pequeña que había salvado por la mañana, que era la que había empezado a gritar cuando yo salí a regañar a los gatos, y que me contestaba cuando hablaba, de hecho, se me venía a los pies en vez de quedarse con su madre y la tuve que redirigir varias veces, porque me seguía. La otra no pude distinguirla bien si era rubia o morena.
Si sólo quedaban dos... ¿dónde estaba la tercera? Volví preocupada al nido y metí las manos entre las cintas, buscando la tercera, por si aún estaba viva. Pero no lo estaba.
Mi padre y yo, tras comprobar que estaba definitivamente muerta, abrimos tristes un agujerito en la tierra y lo enterramos. Al taparlo, vi que empezaba a brillar una luciérnaga justo al lado. Era la primera luciérnaga del verano.
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