domingo, 10 de febrero de 2013

Escapadita por el Valle del Ambroz. Ruta del Convento de la Bien Parada.

Este año hemos repetido casa rural, y hemos vuelto a Hervás por Navidad. Nos quedaban rutitas pendientes y teníamos ganas de hacer alguna excursión, ya que desde este verano en Aravalle no habíamos vuelto a salir juntos al campo Mugen y yo.


 Fuimos a la oficina de turismo (donde conseguí una de las escasas pero estupendas guías de la junta de Extremadura) y elegimos entre los mapas de las rutas una de las más cortas, la Ruta del Convento de la Bien Parada, en el pueblo de Abadía, al otro lado del valle. Realmente eran dos rutas por el mismo paraje, así que decidimos combinarlas. Al final hicimos 8 kilómetros (yo no quería hacer más de 5, no sabía cómo iba a responder mi cuerpo) pero al final se ha notado que he recuperado algo de forma con el gimnasio y no me he notado con un cansancio excesivo.

Cuando nos bajamos del coche, nos dimos cuenta de que en el pueblo tenían puestos los villancicos a un volumen demencial. Y también nos dimos cuenta de que sólo tenían 6 villancicos distintos, que se repetían una y otra vez. Intentando ignorarlos, empezamos la ruta, que arranca junto a la piscina natural de Abadía, cruzamos el puente sobre el río Ambroz y seguimos el asfalto hasta pasar otro arroyo. Según el plano, y las indicaciones del camino (las bandas verdes y blancas) cogimos una pista de tierra, que más parecía una servidumbre bien transitada, y nos internamos en la dehesa extremeña. Los cencerros de las ovejas y las vacas resonaban en el aire tranquilo de la mañana.

 Tras un rato de zigzaguear entre fincas adehesadas, el camino descendía hasta desembocar en una carretera comarcal muy poco transitada. Miramos el plano, y decidimos combinar las dos rutas que aparecían y giramos a la derecha justo donde el mojón nos decía que giráramos a la izquierda para llegar al convento. Pero a nosotros nos interesaban más las dehesas y los montes, con la esperanza de poder ver bichitos, así que seguimos la carretera que subía un collado.


Las dehesas que nos flanqueaban tenían muchas Citisus, que a pesar de acabar de comenzar el año, ya estaban en casi en flor. Como la carretera hacía muchas curvas, decidimos atrochar por la maleza del medio. Al principio fue bien, el monte no era muy negro (espeso) y había caminitos de ovejas que nos dieron el apaño. Además, observamos restos de comadreja (unos excrementos pequeñitos, del tamaño de un cacahuete pelado, dejados sobre piedras) y de zorro (más parecidos a los de perro, pero con restos de escarabajos y vertebrados pequeños). Más adelante volvimos a internarnos en la maleza, para bajar el pequeño collado, pero la situación fue estrechándose hasta que era muy difícil avanzar entre las retamas y las escobas. Además, vimos señales muy recientes de jabalíes (hozadas y excrementos, muy similares a los de humanos en tamaño y color, pero unidos en "collar de perlas") y Mugen se puso nervioso, así que en cuanto pudimos volvimos a salir a la carretera.

También vimos muchos Pisolithus tinctorius alrededor de las jaras pringosas que crecían en el camino, con las que establece relaciones de micorriza.

Pisilithus tinctorius

Finalmente, cuando vimos que habíamos llegado al límite de la Comunidad Autónoma, decidimos que era hora de sentarse a comer. Llevábamos dos horas y media o tres de camino, y ya hacía hambre. Mugen quería saber si los jabalíes nos seguían, así que se puso cual Aragorn en Rohan persiguiendo uruks...

Aprietan el paso...
Si hubiera sido verano, habríamos seguido la ruta, ya que quedarían varias horas de luz por delante, pero siendo Enero, nos quedaban escasamente dos horas de luz cuando acabamos de comer. Nos fastidió bastante porque detrás de nosotros empezaba a ponerse la vegetación interesante. Había un bosque viejo, un Fangorn típico, con encinas y pinos dispersos, y, como pudimos comprobar al asomarnos al interior, con un aire espeso de Ent. Literalmente se masticaba el silencio, te aislaba del exterior. Me sentí como Harry Potter al entrar en el Laberinto del Torneo de los Tres Magos.

Así que, con toda la pena de nuestro corazón, tuvimos que darnos la vuelta. Yo estaba sorprendida de lo bien que estaba aguantando la ruta, ya que hacía mucho que no hacía ninguna tan larga (desde la de este verano en Aravalle) y se notaba que volvía a estar en forma.

¡Qué bonita es mi tierra! No dejo de asombrarme, y eso que he tardado muchos años en darme cuenta. Pero lo cierto es que entre encinas y jaras me siento en mi hogar.



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