sábado, 25 de agosto de 2007

Kurrupipi


Creo que ha llegado la hora. El trauma pasó (o eso creo). La vida ha vuelto a la anormal normalidad.

La hora... de que cuente la triste historia de Kurrupipi.


Es, o era, un avión común (Delichon u
rbica) que me encontré una tarde de junio, yendo para la última clase de Física. Estaba acurrucado contra la pared de Económicas, y como no huyó al acercarme, lo cogí y me lo llevé para mi edificio. Lo metí en una caja de folios que generosamente me donó el conserje y entré en clase. La cara de Pomulates cuando la abrí y se lo enseñé fue como de coña, para hacerle una foto para videos de primera.


Lo examinamos al acabar la clase, para determinar si debíamos soltarlo o le pasaba algo. Estaba tuerto, pero por lo demás estaba en perfectas condiciones. De todas formas lo llevamos al departamento de Zoología, para ver qué podíamos darle de comer. Recibimos muchas respuestas distintas, pero ninguna definitiva. El hombre lobo, que fue con el único profesor con quien conseguimos mantener una conversación de más de cinco segundos, nos recomendó alimentarlo con larvas de mosca, las que se venden para pescar, pero no estaba seguro de que fuera lo que necesitaba. A cambio de su consejo, el todavía anónimo pajarito le obsequió con una cagada en su pantalón.

Los midiclorianos, esos pequeños bichitos simbióticos que rigen los destinos de todos los mortálidos, quisieron que nos encontráramos al salir de allí con un antiguo profesor de Pomulates, que está en un programa de investigación con aviones.

Su conclusión fue aplastante: (Pomulates, cierra los ojos, no leas lo siguiente) SELECCIÓN NATURAL. (Te lo dije, pomulillos. Pero lo has leído. Allá tú) A partir de entonces, Pomulates no ha querido que le volviéramos a mencionar esas dos palabras.

Pomulillos con Kurrupipi en el comedor de Económicas.

A pesar de todo, decidimos quedárnoslo. Si estaba destinado a morir no importaba mucho que lo retiráramos de la circulación, para aprender, claro está. No pensábamos freírlo, aunque el bruto de Upa era partidario de hacerlo.

Cancho también se quedó como embobado. Estuvo cerca de veinte minutos con el pájaro en la mano, posado en su dedo, hasta que llegó el profesor de Botánica. Rayo, una chica sorprendentemente activa, aunque no más que Cucurrita, le puso el nombre.

Kurrupipi asistió a su primera clase de Botánica, que fue la penúltima para nosotros, y luego Pomulates se lo llevó, porque tenía una tienda de pesca bajo su casa.

A la mañana siguiente, Kurrupipi vino con nosotras a la biblioteca. Allí nos esperaba Foide y el Ratón. Ambos decidieron fingir que no nos conocían cuando Pomulates sacó las cresas vivas y le dio de comer allí mismo. Luego Kurrupipi trepó por su brazo y se quedó dormido en su hombro, costumbre que había desarrollado el día anterior.

No podíamos hacer otra cosa. Los exámenes finales estaban a la vuelta de la esquina y teníamos que estudiar. Por otra parte, en casa se habría muerto de hambre o de sed.

Nos quedamos a comer, y mientras esperábamos a que llegaran las cuatro para ir a clase, y Foide se echaba una siesta en el césped, Pomulates y yo estuvimos cazando bichitos en las flores con las pinzas de disección. Se notaba que a Kurrupipi le gustaban, porque empezó a piar. Además estábamos muy cerca de su colonia y podía escucharlos. También estuvimos intentando que echara a volar, pero se estrellaba, y cuando conseguía aletear, se torcía hacia el lado que le faltaba el ojo. Tampoco solía acertar al escarabajo de la pinza. Tenía todas las plumas de vuelo. Con un poco de práctica, lo conseguiría.

Pensamos en llamar al centro de recuperación de aves de Sierra de Fuentes, ya que alguna otra vez habían recogido aviones incluso más pequeños, porque es fauna protegida. Decidimos que si sobrevivía un para de días, llamábamos.

Pero Kurrupipi se puso enfermo. No digería la comida y piaba inquieto; si te lo ponías en el dedo, como le gustaba, trepaba por el brazo y se empeñaba en subirse al pelo. Amaneció tieso como un pajarito, valga la rebuznancia, como dicen Cancho y El Pajarero.

Lo enterramos junto a uno de los bonitos cenadores que han puesto en el bosquecillo de la Universidad, pero no diré exactamente dónde para preservar su memoria. Pomulates y yo vamos a visitarle de vez en cuando…

1 comentario:

  1. jajaja me acuerdo del pipi^^

    No es mi estilo pero me gusta como escrivi$s(nunca vi nada de vos) ale ale

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