domingo, 9 de agosto de 2015

Marruecos III, una experiencia inolvidable - Día 2, Expedición a los cedrales de Jebel Bouhachem

NOTA: hace cinco años de esta aventura, pero por unas cosas y otras nunca me he puesto a terminarla. Esta sería la tercera entrada sobre Marruecos, después de esta y de esta

Cuando llegamos del agotador paseo entre la niebla fría, nos encontramos la cena hecha: esta opípara ración de cuscús de carne, con calabacines y zanahorias hervidas y un sabroso guiso de ternera. 



Y después de cenar, nos fuimos rápidamente a dormir. A mí me tocó dormir en el suelo, pero fue muy cómodo. En cuanto me eché por encima del saco el poncho de lana rociero caí en un profundo y agradable sueño. 


A la mañana siguiente, el desayuno fue aún más impresionante que la cena. Huevos duros, huevos revueltos con comino, pan tostado (de aquél que habíamos probado el día anterior) mantequilla artesana que tenía un toque a queso, crepes tradicionales, miel, aceite de oliva virgen extra (no tenía cartel pero sé cómo saben estos aceites), aceitunas artesanas, quesitos, café, leche y litros y litros de té de hierbabuena. 




Dimos buena cuenta del abundante desayuno, pensando en la larga caminata que nos esperaba hoy. Íbamos a buscar los imponentes cedrales y las monas de berbería que habitan en el corazón del Jebel Bouhachem.

Apenas dábamos a basto, y yo me volvía loca, intentando combinar el pan con el aceite y las aceitunas, las crepes con miel o con mantequilla y comino, los huevos revueltos...
Mientras esperábamos a que los chicos de la casa lejana llegaran hasta nosotros, pedimos panes para llevar algo para la comida. ¡Y aparecieron con esto!

Los panes pesaban varios kilos... ¡menos mal que éramos diez para repartir el peso!

Cuando nos reunimos los tres grupos, comenzamos la subida por el bosque del pinar que rodeaba la aldea, que parece ser de la época española, con algunos castaños y quejigos. El sotobosque estaba compuesto casi sólo de helechos (Pteridium aquilinum) entre los que revoloteaban muchas libélulas y caballitos del diablo. 


Al rato, después del primer repecho, volvimos a encontrar la turbera, llamada de Merj Esemlil


A la luz del sol parecía muy diferente. Encontramos una ranita meridional (Hyla meridionalis) asoleándose en un charco, y más adelante, y una sanguijuela enorme, de más de 5 cm. 

Ranita meridional (Hyla meridionalis)

Sanguijuela
Después de pasar la turbera entramos en un bosque de quejigos y robles donde encontramos un ejemplar de esta preciosa orquídea de la que no recuerdo su nombre. 



El sendero subía de una manera bastante brusca entre los castaños y los quejigos. Pero el paisaje que se dejaba entrever por los claros era impresionante. Poco después llegamos a esta planicie de Mqyl Tayersan, donde se encuentra un aljibe y muchos árboles de porte excepcional.



Arriba de la siguiente subida había una charca en la que una libélula estaba poniendo sus huevos, y otras muchas volaban enganchadas en su apareamiento.




Tras un breve descanso para reunirnos de nuevo, dejamos el camino principal para seguir un estrecho sendero escondido entre brezales.



Al final llegamos a un bosquecillo de robles que albergaba unas preciosas violetas (Viola sp). Mi amigo Paollo estuvo haciendo multitud de fotografías mientras yo descansaba sobre una piedra.

Viola sp


Paolo buscando la mejor perspectiva para las violetas

Mientras atravesábamos el robledal, el profesor nos llamó para que viéramos a las famosas monas de Berbería (Macaca sylvanus), saltando por las rocas que nos rodeaban.

Macaca sylvanus

Y entre los robles encontramos esta planta parásita de la que espero encontrar pronto el nombre... lo que me arrepiento de no haber apuntado las cosas!


Y ya, por fin, llegamos a los famosos cedrales de Bouhachem. Soltamos las mochilas y sacamos los bocadillos, las tortas de pan y el resto de cosas que llevábamos para comer. 

Cedrales de Bouhachem
Este es el punto más alto de la ruta, se llama Richa y está a algo más de 1.500m de altitud. Aquí se encuentra el Cedro Muerto, que es unos de los más característicos de este lugar.
A la vuelta, encontramos a esta viejecita que llevaba varios kilos de leña en la espalda. Nos quedamos asombrados del peso que llevaba la señora sin pestañear.


Al llegar tenía ampollas en las ampollas, así que cogí el cubito que había en el cuarto de baño y me lo saqué al patio para remojar los pies en agua caliente mientras repasábamos las fotos del día y esperábamos la cena. La dueña de la casa me vio con el cubo y me sacó algo en lo que me cupieran los dos pies a la vez, con aguita calentita y sal. Los niños jugaban con mis compañeros que hacían figuritas de papiroflexia y repartían caramelos, sentados en el poyete de la casa cubierto por una piel de oveja. 


Y cuando cayó la noche, lo esperado: la gran cena de nuevo. Tajine de carne y verduras, con patatas fritas y ensalada... ¡estaba para chuparse los dedos! 

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