
Quien me enseñó otra palabra para escribir: amor.
Siempre te llevaré en mi mente. Yo, y todos mis hermanos literarios.
Nos vemos en Marte.
Aquí, su última publicación, el día 4 de junio (antesdeayer) en The Newyorker.
CUANDO MUERO YO, MUERE EL MUNDO. (R. Bradbury, 1920-2012)
Pobre mundo que ignora su destino, el día de mi muerte.
Dos mil millones mueren cuando mi muerte llega.
Me llevo a la tumba un continente entero.
Son valerosos, inocentes e ignoran
que si me hundo ellos me siguen al instante.
Así, en la hora de la muerte hay un clamor de Buenos Tiempos
mientras, loco egoísta, yo agito la campana del Mal Año.
Allende mi tierra hay tierras vastas y brillantes,
pero mi mano firme les apaga la luz de un solo gesto.
Anulo a Alaska, degüello a Gran Bretaña,
pongo en duda al monarca Sol de Francia,
con un guiño promuevo la locura de la vieja Madre Rusia,
arrojo a China de un acantilado de mármol,
derribo a Australia y le planto una lápida,
aparto a Japón de un puntapié. ¿Y Grecia? Eliminada.
La haré volar y desplomarse, como a la verde Irlanda,
convertida en sudoroso sueño mío. Desesperaré a España,
fusilaré a los hijos de Goya y daré tormento a los de Suecia,
abatiré flores y granjas y ciudades con rifles de crepúsculo.
Cuando mi corazón se para, el gran Ra se hunde en el sueño;
sepulto las estrellas en el Abismo Cósmico.
Por eso escucha, mundo, ya te he avisado. Y teme.
El día que me asquee, tu sangre estará muerta.
Si te comportas, yo, magnánimo, te dejaré vivir. Pero desvíate y me cobraré.
Es la última palabra. Se arrían las banderas.
¿Y si me bajan de un disparo? Mundo: te acabas tú también.
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