domingo, 20 de diciembre de 2009

Curso de Buceo en Almuñecar - PRIMERA ESTRELLA

En Noviembre - ¡por fin!- me he sacado mi primera estrella. Soy PADI... qué fuerte!



El lunes y el martes estuvimos dando clases teóricas, y el finde ya estuvimos de prácticas. La mala suerte me acompañó, porque el jueves, día de San Alberto y fiesta Universitaria obligada, estuve en casita, con fiebre. Me había resfriado, y por poco no puedo hacer las prácticas.

El viernes me tuve que levantar a las 5 de la mañana, cuando aún no están puestas las calles, para poder coger el bus de las 7 a Almuñecar. A las 6:15 bajo a la calle para encontrarme con mis otros compañeros del curso, para coger entre los tres un taxi que nos llevara a la estación, ya que está en el quinto pino y tampoco están puestos los autobuses a esas horas. El viaje se me hizo bastante largo, con paradas cada dos por tres en todos los pueblecico, aunque me hizo ilusión cuando paró en Armilla. Ver otra vez la calle mayor después de tantísimo tiempo, casi como si no hubiera pasado tiempo desde que yo viví allí, me recordó que durante dos o tres años después de trasladarme a Badajoz solía soñar con que volvía y que había cambiado todo y no podía reconocerlo. Pero no. 

Alrededor de las 8 y media llegamos a la estación de Almuñecar. Mientras esperábamos en un bar, llegó Jorge, nuestro instructor y el dueño del club de buceo. Como cosa especial, nos prestaba él el equipo, ya que éramos tan pocos, en vez de tenérselo que alquilar nosotros al CUGAS y todo el rollo de llevar la bolsa en el autobús y esas cosas. 

Empezamos por aprender las partes del equipo, a montarlo y a hacer todas las comprobaciones necesarias. Al fin y al cabo, una tontería en este asunto puede significar que no puedas respirar, y eso puede costarte caro. 
 
Luego, al agua. La primera inmersión no es muy emocionante, pero es necesaria. Al principio puede parecer nuevo el respirar por el regulador, pero si estás acostumbrado a hacer apnea, no es muy diferente. Mis compañeros, Moncho y Javi, decían que les apetecía respirar por la nariz, y entonces se le pegaba la máscara a la cara. Lógico...

Después, cambiar la botella y al agua de nuevo. EL agua no estaba muy fría, alrededor de 17 grados, pero aun así pasé frío, porque el traje me estaba grande (a pesar de ser la talla más pequeña) y había corrientes de agua continuas por dentro del neopreno, y además, fueron ejercicios básicos, con lo cual, no nos movimos mucho. Al final de esta segunda inmersión dimos una vueltecita por la playa, a unos 6 o 7 metros, para practicar la flotabilidad y ver lo bueno de bucear. 



Esta soy yo, la de las gafas naranjas, 
que eran las de la hija del monitor, 
porque las demás me estaban grandes...


Mantener una buena flotabilidad neutra (es decir, estar aproximadamente ingrávido) es esencial, para no levantar fondo y revolverlo todo, y para poder moverte libremente entre los obstáculos sin lesionarte y sin estropear todo. Esto se consigue manejando las diferentes válvulas de escape de aire del chaleco, la tráquea (que sirve para llenarlo o vaciarlo rápidamente) las aletas y coordinando tu propia respiración con tus propios movimientos, ya que al inspirar, se te llenan los pulmones, y flotas más.

También aprendimos a compensar la presión en los oídos, lo cual a mí me costó bastante, no porque sea difícil, sino por la congestión de elefante que tenía. Cuando lo conseguí, empecé a disfrutar de verdad. Los cardúmenes de peces pasaban sobre nosotros, o a nuestro alrededor, soltando destellos plateados. Vi un montón de gobios de todos los tipos y colores, poliquetos, pólipos, y hasta un tunicado. Jorge nos llevó a ver también una anémona preciosa, pedunculada, de color blanco brillante, que crecía en el medio de una explanada de arena, al contrario que el resto de anémonas que habíamos visto hasta el momento, de color ocre con las puntas violetas que crecían entre las piedras.

En un momento determinado, cuando estaba luchando por ascender y no chocarme con una roca, me hundí demasiado. Como estábamos avanzando ayudados también de las manos sobre las piedras, mi reflejo fue ponerlas para no llegar hasta el fondo. Cuando sentí una consistencia gelatinosa la aparté rápidamente. No podía mirar hacia abajo, porque el traje y las gafas te limitan mucho el campo de visión, pero cuando alcé la mano vi que tenía tres o cuatro tentáculos pegados a ella, con las puntas moradas. Me dio lástima de la pobre anémona, pero al salir del agua aquello me enseño que los guantes no eran una parte prescindible del equipo. 

Cuando te pica una anémona o una medusa, no debes mojarte la picadura con agua dulce. Primero hay que aplicar una pomada de corticoides o que tenga vinagre, como Afterbite o similares, y esperar que se seque. 



Al día siguiente, salimos con el barco. Nos acompañaban Juandi y Pablete. Paramos en la calita de Marina del Este, desde donde pescaban varios pescadores desde lo alto de los acantilados. Bajo ellos, vi lo que parecían señuelos. 

-¡Un pingüino! -dijo Moncho.

Se trataba de una pareja de alcas comunes, que descansaban sobre la superficie del agua, sorprendentemente brillantes.

Yo dudaba que pudiera meterme en el agua, pues mi catarro había empeorado bastante, y sentía que mi cerebro estaba sumergido en una sopa de mocos. Al final bajé. Me coloqué bien el chaleco, inflado a tope, me puse la máscara y la sujeté junto al regulador en el momento en el que Juandi me subía los tobillos para tirarme al agua. Cerré los ojos y esperé unos interminables segundos a que todo dejara de dar vueltas y mi jacket me sacara a flote. Pero algo más se unió a la angustia de la entrada en el agua helada. ¡No podía respirar! Mi regulador apenas me proporcionaba aire...


Cuando saqué la cabeza levanté asustada los brazos y busqué el barco, que estaba a unos tres o cuatro metros, no más, donde Pablete y Juandi se afanaban en prepararse para tirarse ellos también. Resulta que yo había abierto la botella en el centro de buceo, al igual que en las otras inmersiones, para llevar los equipos a nado hasta el barco, y luego Pablete, al ver que estaba abierta, me la había cerrado en el barco. Yo, creyendo que ya estaba abierta, no volví a comprobarlo. 

Pero ya he aprendido que hay que comprobarlo todo antes  de la inmersión, y también justo antes de meterte en el agua. 

En esa inmersión, mi pareja fue Juandi, que cuidó de mí mientras  yo trataba de compensar inútilmente. En ese momento viví y comprendí los riesgos de meterse en el agua congestionada. A unos dos o tres metros de profundidad, tenía que intentar compensar cada menos de medio metro, calculado en el cabo del ancla, del que no me despegaba. En uno de los intentos, todo a mi alrededor empezó a darme vueltas. Se me habían compensado los tímpanos a velocidades distintas, y eso afectó a mi equilibrio. De repente me solté de la cuerda y sentí que caía al vacío, como una piedra. Me asusté, pero no era capaz de moverme, ni de agarrar el cabo. Estaba como borracha.

Todo se acabó cuando sentí que Juandi me cogía y me sacaba hacia arriba.


Pensé que en ese momento todo había acabado, que me mandaría al barco y me tocaría pasar la siguiente hora helada y mareada, mirando la inmensidad del mar. Pero Juandi se apiadó de mí y me hizo bajar más despacio, con tranquilidad, ya que la botella nos duraba más que a mis compañeros, a mí por ser mujer, y a él por ser un buzo experimentado.

Esta vez me costó mucho menos bajar. Cuando estábamos abajo, hizo una señal a los demás, que empezaron a bajar, y comenzamos el recorrido. Estábamos en Marina del Este, y la visibilidad era inigualable, a parte de que el mar estaba como un plato. Disfruté como una enana, viendo Astroides calycularis y Parazoanthus axinellae, además de bogas, castañuelas, fredis... Al final, Pablo me llamó y me enseñó una mota de colores fosforitos: era un nudibranquio, de unos dos milímetros. 



Aún no sé la especie, ya la pondré. Luego, subimos a unos 5 metros, agarrados al cabo del ancla, para hacer una parada de seguridad. Mientras estábamos allí, vi dos rastros blancos que nos rodeaban y desaparecían entre las rocas. ¡Se trataba de la pareja de alcas que habíamos visto al llegar, y estaban pescando!

Un buen final para una inmersión agitada, pero de la que he disfrutado al completo.




Al llegar al curso de buceo, la última clase teórica y el examen. Tras esto, Jorge nos rellenó nuestros certificados y nuestros LogBook (Diarios de Buceo) para certificar nuestras inmersiones, y ¡a disfrutar!


1 comentario:

  1. ay, madre mía, mira que desaprensivo el Pablete ese, así como quien no quiere la cosa, sin comerlo ni beberlo, sin pensarlo, pero ante todo, sin querelo: casi te mata!!!!!

    Bueno pelillos a la mar, tu primera experiencia de ahogo.

    ¿Quien será ese? Aunque me da en la nariz que nunca te haría daño.

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