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sábado, 8 de agosto de 2015

Diario de Viajes - Puerto del Pico y Río Almonte, y safari estepario por los llanos de Trujillo (Cáceres)

Volviendo del curso de Música Antigua en Ávila, organizado por Zenobia Música, decidimos volver pasando por Arenas de San Pedro y el Puerto del Pico en vez de ir por la autopista, ya que era un camino bastante más corto y así podíamos hacer alguna parada para hacer fotos. 
La calzada romana comunica la meseta norte con la meseta sur
En el Puerto Mugen bajó a ver la calzada romana mientras yo me quedé sentada en una roca, disfrutando del valle y de las vistas. De verdad necesitaba ese momento para volver a sentirme llena. Tantos meses encerrada en casa, sin poder hacer ni una sola excursión... hasta que no estuve allí sentada, en una piedra, no me di cuenta de lo que lo necesitaba. 

Ya en Aldeacentenera, de madrugada nos despertó el jaleo de una boda a las seis de la mañana, y como no podíamos volver a dormirnos, decidimos desayunar e irnos al río Almonte

Martín pescador, Alcedo athis
Llegamos temprano, cuando aún los pescadores no habían llenado sus cestas de pardillas, y nos sentamos frente a una piedra que me pareció que era un posadero. De hecho recordaba de otras veces haberlo visto allí. Después de media hora de espera a la sombra de los zarzales, tuvimos nuestra recompensa. Aparecieron dos martines pescadores justo enfrente de nosotros con su particular chillido y los vimos pescar durante un largo rato. Luego los vimos pelear con un tercero, y finalmente se fueron a otra zona del río. 

Pesquera del río Almonte
Cuando exploramos más allá las posibilidades del río vimos que era difícil encontrar otro lugar tan bueno como este, en la primera pesquera, a la sombra, y con varios posaderos delante. No vimos a la nutria, pero sí ciertos rastros (cacas sobre piedras con restos de cangrejo y peces). La cantidad de aves y animales que vimos fue enorme: 

  • 3 martines pescadores (Alcedo athis)
  • Aviones comunes (Delichon urbica)
  • Golondrinas dauricas (Hirundo daurica)
  • Una pareja de ánades azulones (Anas platyrhynchos)
  • Abejarucos (Merops apiaster)
  • Perdices (Alectoris rufa) En el camino al río, correteando delante del coche
  • Rabilargos (Cyanopica cooki)
  • Buitres leonados (Gyps fulvus)
  • 1 milano negro (Milvus migrans)
  • Lavanderas blancas (Motacilla alba)
  • Herrerillos (Cyanistes caeruleus)
  • 1 pollo de alcaudón común y 1 adulto (Lanius senator)
  • 2 chorlitejos chicos (Charadrius dubius)
  • 1 musaraña (Crocidura russula)
  • Rastros de nutrias
  • Huellas de garzas reales

Libélula azul en la orilla del río Almonte
Al día siguiente, al volver del veterinario en Trujillo con Billy, el perro de Mugen, decidimos hacer un pequeño safari estepario por la carretera de Belén. Vimos seis avutardas (Otis tarda) y al menos diez cernícalos (Falco tinnunculus) cerniéndose en los campos, además de varios alcaudones reales (Lanius excubitor) además de un par de mochuelos (Athene noctua) y algunas tarabillas (Saxicola torcuata). 

Dos avutardas huyen a nuestro paso por la carretera de Belén a Aldeacentenera
Yo iba sentada en la ventanilla del acompañante, con la cámara en ristre, preparada para cualquier cosa. Fue bastante divertido, y vi campo a pesar de la baja forma que tengo hoy en día. Las estepas son unos ecosistemas muy interesantes y muy poco valorados, pero siempre es interesante recorrerlas, ya que suelen albergar pequeñas sorpresas. 




domingo, 9 de octubre de 2011

Diarios de Viajes. Aldeacentenera. Ruta de los Molinos por el río Almonte.

Entre Martines y Martas. 
Nueva ruta, esta vez por las Extremaduras indómitas, esas Extremaduras aún por explorar, y que conservan la belleza de las cosas salvajes, una belleza fuerte y desgarradora que inunda el alma del explorador y conmueve lo más profundo. Creo que algo así tuvieron que sentir los grandes descubridores de América.

Esta vez, nos internamos aguas abajo en el río Almonte, Aldeacentenera, en busca de las raíces de Mugen.  En busca del molino que fue de su abuelo, y donde se crió su madre no hace tanto.


Capítulo 1.  El Río Almonte.

Hicimos un pequeño esfuerzo y nos levantamos al amanecer, para no llegar muy tarde al río Almonte, en su paso bajo el puente nuevo. Dejamos el coche en el apartadero, en la margen izquierda, cerca del antiguo vado y echamos a andar junto a la corriente, río abajo.
Río Almonte, tempranito por la mañana
Primero tuvimos que buscar un lugar entre los rollos del río para poder cruzar, ya que la primera parte de la ruta transcurre por la margen derecha. A todo  esto, no hay indicaciones ni nada: sólo seguimos las rutas abiertas por el ganado y los pescadores, que son los únicos pobladores de estas zonas.

Justo cuando alcanzábamos la otra orilla, vimos nuestra primera pareja de  martín pescador (Alcedo attis) volando con su brillante plumaje verde esmeralda a la pálida luz de la mañana brumosa.
Lo sé, es pequeña y borrosa... pero estos bichos corren que se las pelan
 Andábamos despacio,con cuidado de no levantar la voz, y observábamos los primeros petirrojos (Eritacus rubecula) de la temporada que deben de acabar de llegar. Estos migradores vienen del norte a pasar el invierno en nuestras dehesas, y a ponerse gorditos y prepararse para la crianza. Los petirrojos se cruzan con los papamoscas cerrojillos (Ficedula hipoleuca) que bajan al sur huyendo de nuestros fríos invernales. No pude afotar al petirrojo que no dejaba de marcar nuestra posición con su canto aflautado.

Papamoscas cerrojillo (fijaos en la mancha característica)

Tarabilla adormilada
 A la altura de la primera pesquera, donde se divide el río para desviar un cauce de agua para el molino, una tarabilla pensativa (Saxicola torquata) parecía admirar las luces mortecinas de la mañana temprana, mientras nosotros buscábamos un lugar para pasar al medio entre los dos cursos de agua. Entrábamos en los dominios del molino de Tío Venancio, el primero que se encuentra río abajo desde el puente del río Almonte.


 Capítulo 2. Entre los pastores de árboles del Tío Venancio. 
Una vez ganado el terreno entre el cauce desviado y el río, que según las leyes antiguas es terreno propiedad del molinero, echamos a andar por en medio de lo que se suponía había sido el huerto del Tío Venancio. Los árboles de aquel huerto tenían un diámetro y una altura increíble; parecían ents durmientes, a la espera de un nuevo mago que combatir...

ACTUALIZACIÓN: Es una dehesa de fresnos, la cual es bastante infrecuente en Extemadura. 

Yo en el regazo de un primo ibérico de Bárbol


Se podía sentir la vitalidad de aquellos vetustos árboles y recordé una frase del hobbit Merry, en el Señor de los Anillos: "¿Te acuerdas del Bosque Viejo, donde acaban los Gamos? Cuenta la tradición que algo en el agua los empujaba a crecer altos, y a cobrar vida. Árboles que susurran, hablan entre ellos y pueden moverse."


Bosque Viejo del tío Venancio
Mientras atravesábamos aquel estupendo huerto, rodeado de agua por ambos lados, vimos una collalba, creo que gris (Oenanthe oenanthe) enredando entre las ramas de uno de los ents. Pero fue complicado verla claramente, porque era muy esquiva. Casi podíamos sentir el susurro de los árboles. La antigüedad de aquellos pies nos dejaba asombrados a cada paso; el aire que se respiraba casi olía a sagrado, a veneración.  De muchos de los árboles caían verdaderas barbas de líquenes (Pippin habría dicho: "¡Mira todas esas barbas y patillas que se arrastran! Desaliñados. No alcanzo a imaginar qué aspecto tendrá aquí la primavera, si llega alguna vez; menos aún una limpieza de primavera").
Cruzamos una cerca de piedra para poder continuar nuestro camino, ya que el sendero que transcurría junto al río estaba invadida por las zarzas. No tiene mucha pérdida: solo hay que seguir aguas abajo, entre los dos cauces (el del río y el del molino).
 Un ratito después encontrábamos la primera casa del molino de Tío Venancio (allí en el pueblo, todas las personas con una cierta edad son llamadas con el título "tío" o "tía", independientemente de que exista o no algún tipo de parentesco real).  

En total, había unos cuatro habitáculos; sospechamos que uno sería la cocina, otro la casa, algún tipo de almacén y unas cochiqueras que se conservaban muy bien. Estos eran los módulos "habitables", podría decirse: donde se hacía la vida. 

Cochiqueras del tío Venancio
Si se continua río abajo, podemos encontrar las construcciones del molino propiamente dicho. 
Molino del tío Venancio
Como puede verse, el molino está muy bien conservado. Sólo faltan los tejados, que eran de madera y tejas, y que están derrumbados en su totalidad. No es muy peligroso adentrarse en ellos, si no se toca nada. En la foto de abajo puede verse cómo debería llegar el agua por el cauce de la derecha, girar 90º y entrar en el molino por dos conductos, para mover sendas piedras de moler.

Disposición del molino del tío Venancio.

Al llegar al molino, nos asomamos desde la terraza natural para ver el río: nuestra sorpresa fue enorme cuando descubrimos a otra pareja de martines pescadores, a tan sólo tres metros por debajo de nosotros; fue intentar sacar la cámara, y desaparecer con su vuelo fugaz y su brillo azul-verdoso. El río allí hacía un remanso y estaba muy calmado. El bosque en galería que nos rodeaba creaba una atmósfera casi mágica.
Entramos en el molino del tío Venancio y encontramos las piedras cubiertas de hojarasca y ripios. Cualquiera diría que estas piedras giraban gracias al movimiento que les transmitía un largo eje, movido por unas palas desde abajo con la fuerza del agua desviada del río que venía por el cauce que veníamos siguiendo. Sólo con ver las dimensiones de la piedra y su peso, y la profundidad hasta la que se introducían los álabes da una idea del estruendo que tendría que haber en aquella habitación, con las dos ruedas de molino girando para hacer harina. Imagino el olor del trigo molido, el sonido del roce piedra-con-piedra, y el estruendo de la fuerza del agua en las acequias, el chirriar de las compuertas de hierro, la actividad del molinero acarreando sacos de grano y de harina, las conversaciones, la luz que entraría por las ventanas... parecían fantasmas de un pasado que realmente, no es tan lejano. Una inscripción en un lucido de una pared tenía garabateado el año 1953.
Eje visto desde lo alto de la piedra

Álabes semienterrados y el eje que transmitía la energía motriz del agua a la piedra del molino

Piedras de molino

Nos sentamos a comer algo y a descansar en la puerta del molino, a la sombra de un árbol-ent que se había vuelto "arbóreo" cantando, o gritando, quién sabe.
Ent cantando
 Mientras nos acomodábamos sobre los canchos que afloraban por todos sitios, muchos cubiertos de agradable y blandito musgo, escuché un ruidito que provenía del árbol cantante. Cuando la vi salir, pelirroja, con sus orejas de miki maus, su larga cola peluda y su carita de fisgona, con una expresión descarada que hacía más gracia aún. ¡Se trataba de una Garduña, Martes foina! Rápidamente le alcancé a Mugen la cámara para que le echase una foto, ya que estaba en mejor posición que yo, pero tras mirarnos y olisquearnos, decidió que no quería ser amiga nuestra y se marchó. Tan sólo pudimos conseguir esto:

Martes foina.
Lo sé, no es mucho, pero os puedo decir que era una garduña, aunque al principio pensé que era una marta (Martes martes). Según la guía de mamíferos, el babero blanco la distingue muy bien de la marta, aunque no estaba tan acusadamente dividido como dice. De todas maneras, mirando fotos en gugle he visto toda la variedad de manchas blancas. Sé que era blanca, y no amarilla. Además, se supone que es un animal muy adaptable, que no tiene problemas para vivir en ambientes rurales (molinos y ruinas por ejemplo...).

Fue emocionante. ¡Mi primer mustélido (vivo y salvaje)! A la pobre debimos de despertarla, ya que las garduñas son animales muy nocturnos. Cuando nos asomamos al árbol-ent descubrimos que era parada suya habitual, pues lo tenía bien marcado por todas partes con excrementos y restos de sus presas.

 Capítulo 3. En busca de las raíces. El Molino del abuelo Teodoro.
Tras el descanso y la emoción del encuentro con la garduña, continuamos la ruta. En este punto se hace un pelí difícil, ya que no tiene pinta de haber sido transitada desde aquí desde hace mucho, mucho. Matorrales y zarzas cortan un poco el paso aquí y allí, pero se pueden apartar fácilmente, siguiendo el camino de cabras que serpentea junto a la orilla del río. Poco después nos encontramos un cráneo y restos del pelaje y los huesos de un jabalí (Sus scrofa) muy bien conservados, que confirman su presencia por estos parajes junto con los agujeros escarbados que vimos cerca de algunos arbustos, probablemente para buscar tubérculos.

Mucho más adelante la vegetación se abre. Encontramos la pesquera del abuelo de Mugen, donde dice que pescaba con redes desde una barquita. Parecía bastante profunda. Mugen me contó que los molineros se ganaban  realmente la vida con el huerto y lo que sacaban del río.
Tras un trecho que me pareció infinito, vimos el desvío del río hacia el cauce que lo conducía al molino. Cruzamos una pradera donde pastaba un rebaño de vacas que nos miraron un poco antes de seguir a lo suyo, y nosotros nos metimos en el cauce para ir a la sombra de los ents que vivían en el huerto del abuelo Teodoro. 

Pronto encontramos las casas. Teníamos un chozo redondo, en cuyo interior aún sobrevivían los restos de una chimenea, incluso con una sartén colgada, una carretilla y algunos útiles que me hicieron sentir la presencia de los antiguos habitantes del molino. Miré a mi alrededor y admiré el paisaje. Verdaderamente me hacía sentir pequeña. Las colinas estaban cubiertas de una dehesa asalvajada entre la que se veía asomar enormes canchos de piedra caliza. No  se veía una torre de luz en ninguna parte del horizonte. No se escuchaba ni siquiera el rumor de la carretera. No había basura de domingueros (tan omnipresente en nuestros campos, por desgracia).

Tan solo se escuchaba el piar de los pájaros, el viento en las copas de las encinas y el chirriar de algunos saltamontes. Me imaginé que aquél paisaje era el que veía todos los días al levantarse la madre de Mugen, inmutable, con una hermosura que me dejaba sin palabras y sin respiración.
He tardado muchos años en darme cuenta de que esta tierra tiene una belleza indómita; he tardado en aceptar que precisamente este aislamiento es el que ha permitido conservar todos estos paisajes, aún por descubrir, pero que no te dejan nunca indiferente.

Parte del tejado aún se sostenía sobre las vigas de madera, pero el interior estaba intransitable.
Mucho más lejos, el cauce se alejaba tanto de río, que la presencia de éste sólo se adivinaba por los zarzales que había al pie de la colina. Llegamos al molino del abuelo Teodoro, un poco más humilde que el de su vecino, pero también bastante bien conservado. Descansamos allí de nuestras 5 horas andando (aunque a la vuelta cubrimos el mismo camino en hora y media, a buen ritmo). Habíamos ido despacito, fotografiando mucho y parando para observar la fauna y la flora, los paisajes, el río...

En el molino aún podían adivinarse las dos piedras bajo la fusca y las hierbas, pero no se podía entrar apenas. Todos los cascotes del tejado y montones de ripios llenaban la habitación. 
Piedra de molino del abuelo Teodoro
Aliviamos nuestros pies en el río fresquito y descansamos mientras veíamos una pelea entre dos cangrejos americanos. Estos cangrejos han sido la salvación de las poblaciones de nutria en España; todo el camino que habíamos seguido estaba lleno de sus excrementos y de restos de cangrejos secos y blanquecinos por el sol.

Mugen recordaba haber estado allí muy pequeño, de visita con sus padres. Se le veía muy contento y entusiasmado, al poder recobrar aquella ruta y aquellos recuerdos. Allí habían vivido sus abuelos y su madre, conocida en el pueblo como la Molinera, no hace tanto tiempo. Entre aquellas encinas habían pasado parte de su vida, personas conocidas y queridas, personas reales, con rostros. No es un pasado tan pasado. Pero parece que hace siglos que ocurrió todo esto. Ahora el tiempo corre mucho más deprisa; la vida es ajetreada, no te da tiempo a ver lo que ocurre a tu alrededor, ni casi a comprenderlo. Pero la tranquilidad de aquellos tiempos se ha conservado en estos parajes, y podemos recuperarla emboscándonos, como dice Joaquín Araújo, disfrutarla en la soledad de esta belleza, en la compañía de mi hobbit preferido, visitando este Valle Largo.

 

sábado, 20 de junio de 2009

Diarios de Viaje: Sierra de Gata III

3/5/09
Nos levantamos tempranito (y cuando digo tempranito, es muuuuy tempranito) y sentimos el frío de la mañana montañesa. El pueblo aún dormido nos deja pasar en su silencio matutino por las calles todavía desiertas, en las que sin embargo ya despiertan las golondrinas (Hirundo rustica). Con los ojos pegados nos dirigimos a la calzada romana.

Amanece sobre Gata

Hay muchos, muchos rabilargos (Cyanopica cyanus) (mi libreta echaba humo, recogiendo todos los datos que podía) y te
rminamos viendo algunas de las oropéndolas (Oriolus oriolus) que nos rodeaban;

Intento de foto de oropéndola: la falta de luz fue fatal

Vimos un cuco volando (Cuculus canorus), y nos acompañó con su canto repetitivo toda la mañana.

A mitad de la subida, escuchamos un ruido nuevo: lo reconocí enseguida, era un picapinos (
Dendrocopos major, creo). Recordando un reportaje de David Attenborough, cogí dos piedras bajo la mirada incrédula de Mugen y golpeé el árbol. Poco después él también lo hacía, y tuvimos al picapinos a tres o cuatro metros de nosotros, curioseando a ver quiénes éramos nosotros y qué hacíamos allí. ¡De verdad que funciona!


Muchas tarabillas (Torquata saxícola), herrerillos (Parus caeruleus) y carboneros, (Parus major), mosquiteros (Philloscopus collibita), una alondra (Alauda arvensis) y algunos más cantaban entre el verde follaje de robles y castaños, acompañados por el ruido de los canales de agua que corren todo el año junto a la calzada.


Cantos de oropéndolas


Mosquitero

Descubrimos rastros de zorros y un nido de herrerillos en un árbol, lleno de pollitos hambrientos. Un paraje realmente precioso, muy bueno para desconectar y pasarlo bien en el campo.


Al volver de la marcha, desayuno con las famosas mermeladas del hotel, fresa, higo, kiwi, mora y tomate en tostadas crujientes y calentitas, acompañadas de zumo de naranja y café.


Tras recoger la habitación, bajamos a aprovechar el último ratito de jacuzzi. Un invento realmente valioso, y útil después de una intensa caminata.

Salimos camino de Eljas, al cual bautizamos como "el pueblo vertical". No es tan bonito como San Martín, pero la gente es cálida, sobre todo cuando al su
bir por las estrechas y enrevesadas callejuelas empinadas descubrimos que había un punto en el que ya no se podía subir más ni dar la vuelta si no querías encajarte entre los muros encalados, sólo podías bajar marcha atrás. Arriba disfrutamos de unas vistas impresionantes.

Luego seguimos bajando hasta Valverde, donde comimos; no me gustó tanto como San Martín, que desde luego, se lleva el premio gordo. De hecho, a ninguno de los dos nos importaría irnos a vivir allí en algún momento de nuestra vida.

Habíamos dejado los caminos y carreteras rurales, así que no nos podíamos parar cada vez que veíamos un pájaro o un rastro de algo.
Ya cogimos el caminito y nos vinimos para casa, después de un fin de semana inolvidable. Y como siempre, dejamos muuuchas cosas por hacer, así que habrá que volver.

Diarios de Viaje: Sierra de Gata II

2/5/09
Nos zampamos un desayuno continental en el hotel.


Migas con huevo frito y panceta, zumo de naranja, colacao o café y tostadas con paté ibérico, muy sabroso. Me gustaría tener tres estómagos más para poder comer más.


Decidimos dar un paseo por el pueblo y hacer la visita obligada a la Oficina de Turismo, donde nos informan a velocidad supersónica de los lugares que no deberíamos perdernos.

La chica hablaba tan rápido que cuando terminó de mover la boca, aún pudimos escuchar dos o tres frases más, que se habían quedado atrás por el desfase.


Poco después, una ancianita que barría la calle nos dijo que si mirábamos bien, podíamos ver unas caras que la gente tallaba en las vigas de los voladizos, que según la de la Oficina de Turismo, eran de origen celta. El pueblo estaba lleno de esas caras, unas mejor conservadas, otras menos, pero todas eran para espantar a los malos espíritus o algo así. Exploramos algunos rincones de verdadero ensueño. Es increíble cómo se funden la naturaleza con las construcciones del hombre en este lugar.
Indiana Moy

Por todas partes se olía esa autenticidad que nos ha enamorado del lugar.


A las 12 empezamos el camino hacia el picadero. Vimos un montón de rabúos, tarabillas, oropéndolas y hasta algunos cucos, que dicen que son difíciles de ver.

A las 12:30 llegamos al picadero San Miguel, que está en dirección a Eljas, donde nos encontramos con el dueño del hotel y a su hermano esperándonos.


Nos recibieron con un trato muy cercano, y la hora (larga) de paseo a caballo por las hermosas faldas de Gata sólo nos costó 12 euros.
De vuelta a las dos del mediodía, nos enseñaron los caballos en los establos,
(algunas rarezas como un caballo albino y un potrillo de mostrenco español)


Un caballo albino


y nos invitan a una tapa mientras charlamos con ellos. Nos recomiendan la ruta de la calzada romana que sale de San Martín.


De vuelta, nos paramos a observar un milano real (Milvus milvus) que estaba siendo atacado primero por un jilguero (Carduelis carduelis) y luego también por un rabilargo (Cyanopica cyanus)

Mientras les afotábamos como locos, un coche se detiene a nuestro lado. Un lugareño nos pregunta a qué le estábamos echando fotos y nos recomienda pasear por las servidumbres de paso de la zona para ver más milanos.En nuestro camino de vuelta nos acompañan abejarucos descarados (Merops apiaster),


una pareja de alcaudones comunes (Lanius senator)


y montones de tarabillas (Saxicola torquata)


Al llegar a San Martín, entramos en "Os Arcus", en la plaza del pueblo, porque en "El Boiga" (que tiene muy buena pinta y nos había guiado una lavandera calle abajo) hay que reservar.


Para la próxima. En "Os Arcus" nos sirven en el patio de atrás, a la sombra de una parra. Ensaladilla rusa, pastel de carne, solomillo de cerdo y ternera, asados a la leña.

El vino servido en jarra, del propio pueblo, nos achispó la comida y nos ayudó a dormir en la siesta.
De postre, paseteles caseros.


Frase memorable de la camarera: "Hoy en día, se habla mucho mejor en mi pueblo que en Valladolid"

Muestra de a fala:
el cartel de emergencia del hotel

San Martín de Trevejo, al igual que Eljas y Valverde, es conocido por ser uno de "Os tres lugaris", donde se habla una de "as falas", un dialecto propio, diferente en cada uno de los tres pueblos, que a veces es bastante difícil de desentrañar y que viene de los antiguos repobladores del lugar en tiempos de la reconquista. De ahí, la frase memorable. Yo sólo la dejo caer...


Por la tarde, otro paseo por el pueblo, del que no nos cansamos de descubrir nuevos rincones con encanto, persiguiendo golondrinas, (Hirundo rustica) jilgueros, colirrojos tizones (
Phoenicurus ochruros)y muchos más pájaros. No cenamos, con la comida hubo más que suficiente.
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