uooooola!!!
Este ciervo fue el primero que he visto. ¡Me está guiñando un ojo! |
Este ciervo fue el primero que he visto. ¡Me está guiñando un ojo! |
Creo que ha llegado la hora. El trauma pasó (o eso creo). La vida ha vuelto a la anormal normalidad.
La hora... de que cuente la triste historia de Kurrupipi.
Es, o era, un avión común (Delichon urbica) que me encontré una tarde de junio, yendo para la última clase de Física. Estaba acurrucado contra la pared de Económicas, y como no huyó al acercarme, lo cogí y me lo llevé para mi edificio. Lo metí en una caja de folios que generosamente me donó el conserje y entré en clase. La cara de Pomulates cuando la abrí y se lo enseñé fue como de coña, para hacerle una foto para videos de primera.
Lo examinamos al acabar la clase, para determinar si debíamos soltarlo o le pasaba algo. Estaba tuerto, pero por lo demás estaba en perfectas condiciones. De todas formas lo llevamos al departamento de Zoología, para ver qué podíamos darle de comer. Recibimos muchas respuestas distintas, pero ninguna definitiva. El hombre lobo, que fue con el único profesor con quien conseguimos mantener una conversación de más de cinco segundos, nos recomendó alimentarlo con larvas de mosca, las que se venden para pescar, pero no estaba seguro de que fuera lo que necesitaba. A cambio de su consejo, el todavía anónimo pajarito le obsequió con una cagada en su pantalón.
Los midiclorianos, esos pequeños bichitos simbióticos que rigen los destinos de todos los mortálidos, quisieron que nos encontráramos al salir de allí con un antiguo profesor de Pomulates, que está en un programa de investigación con aviones.
Su conclusión fue aplastante: (Pomulates, cierra los ojos, no leas lo siguiente) SELECCIÓN NATURAL. (Te lo dije, pomulillos. Pero lo has leído. Allá tú) A partir de entonces, Pomulates no ha querido que le volviéramos a mencionar esas dos palabras.
Pomulillos con Kurrupipi en el comedor de Económicas.
A pesar de todo, decidimos quedárnoslo. Si estaba destinado a morir no importaba mucho que lo retiráramos de la circulación, para aprender, claro está. No pensábamos freírlo, aunque el bruto de Upa era partidario de hacerlo.
Cancho también se quedó como embobado. Estuvo cerca de veinte minutos con el pájaro en la mano, posado en su dedo, hasta que llegó el profesor de Botánica. Rayo, una chica sorprendentemente activa, aunque no más que Cucurrita, le puso el nombre.
Kurrupipi asistió a su primera clase de Botánica, que fue la penúltima para nosotros, y luego Pomulates se lo llevó, porque tenía una tienda de pesca bajo su casa.
A la mañana siguiente, Kurrupipi vino con nosotras a la biblioteca. Allí nos esperaba Foide y el Ratón. Ambos decidieron fingir que no nos conocían cuando Pomulates sacó las cresas vivas y le dio de comer allí mismo. Luego Kurrupipi trepó por su brazo y se quedó dormido en su hombro, costumbre que había desarrollado el día anterior.
No podíamos hacer otra cosa. Los exámenes finales estaban a la vuelta de la esquina y teníamos que estudiar. Por otra parte, en casa se habría muerto de hambre o de sed.
Nos quedamos a comer, y mientras esperábamos a que llegaran las cuatro para ir a clase, y Foide se echaba una siesta en el césped, Pomulates y yo estuvimos cazando bichitos en las flores con las pinzas de disección. Se notaba que a Kurrupipi le gustaban, porque empezó a piar. Además estábamos muy cerca de su colonia y podía escucharlos. También estuvimos intentando que echara a volar, pero se estrellaba, y cuando conseguía aletear, se torcía hacia el lado que le faltaba el ojo. Tampoco solía acertar al escarabajo de la pinza. Tenía todas las plumas de vuelo. Con un poco de práctica, lo conseguiría.
Pensamos en llamar al centro de recuperación de aves de Sierra de Fuentes, ya que alguna otra vez habían recogido aviones incluso más pequeños, porque es fauna protegida. Decidimos que si sobrevivía un para de días, llamábamos.
Pero Kurrupipi se puso enfermo. No digería la comida y piaba inquieto; si te lo ponías en el dedo, como le gustaba, trepaba por el brazo y se empeñaba en subirse al pelo. Amaneció tieso como un pajarito, valga la rebuznancia, como dicen Cancho y El Pajarero.
Lo enterramos junto a uno de los bonitos cenadores que han puesto en el bosquecillo de la Universidad, pero no diré exactamente dónde para preservar su memoria. Pomulates y yo vamos a visitarle de vez en cuando…
Me arriesgaré a ser apedreada, abucheada o incluso, comentada. Perdonad mi osadía, pero tengo que hacerlo; es superior a mis fuerzas.
Este es mi primer Meme. Los ocho sabores inolvidables, o los más extraños que hayas probado. Dos de cada, a poder ser. Y no tienen por qué ser asquerosos. No me está permitido decir quién me lo pasó, pero le doy las gracias desde aquí.
Ya está, lo he dicho.
Y aquí van.
1º. Dulce. Acedera. En la excursión a Monfragüe, Retamoide nos instó acaloradamente a que probáramos cierta planta que crecía al borde de una cuneta llena de agua. Todas nos apresuramos a hacerlo, para evitar las iras posteriores. Alguien sugirió que no lo hiciéramos, porque podría ser un intento por su parte de envenenarnos. Pero Pomulates y yo nos arriesgamos, y hete aquí que para nuestra sorpresa, el sabor recordaba al del tomate.
2º. Ácido. Unos caramelos que me regalaron que tenían forma de mariposa y eran morados. Se me acabaron y no conseguí averiguar a qué sabían, porque en cuanto decidía que era a fresa, o a mora, o a pera, cambiaban de sabor. O eso creo. Cada vez que entro en una tienda de chucherías los busco, pero nunca los he encontrado.
3º. Amargo. El gazpacho de mi abuela. Cuando se le olvida quitarle el culo al pepino. Y se le olvida la sal. (Para los que tengan abuelas con pérdidas de memoria, como la mía, aquí dejo la solución que he encontrado)
4º. Salado. Tortilla del Sacromonte. Bueno, vale, quizás he hecho trampa. Es bastante inclasificable, pero sí, es salada. Para los que no sepan de qué va la cosa, aquí va la receta, por si alguno se anima y quiere sorprender a sus suegros con una muestra de refinamiento culinario (eso sí, luego no esperes volver a ser bien recibido en su casa): para 4 personas, 2 huevos, 2 onzas de criadillas de cordero, dos onzas de sesos de cordero. Se cuecen las criadillas con un poco de sal, se hace con ellas, con aceite y con los sesos, una masa. Se agregan los huevos batidos y se cuece todo a fuego lento. Queda una tortilla con ese color cárdeno de los hematomas, olor a vísceras calientes y textura babosa, de caracol desnudo… sea como fuere, plato típico del Sacromonte, en Granada. La receta, de Duendes y Leyendas de Granada.
5º. Ácido. El jabón de las manos. Me entró curiosidad, pero la culpa fue de mi madre, que puso uno con olor a frutas del bosque. No caigáis vosotros; es una engañifa, no sabe a frutas ni a nada parecido.
6º. Salado. La lluvia. ¿Nunca la habéis probado? No lo hagáis en plena ciudad; el aire está bastante sucio, y las gotas al caer, se van llenando de polvo. Pero en pleno campo está bastante bien. Sobre todo, por las circunstancias calenturientas anteriores.
7º. Amargo. El ácido fórmico, servido por una amable hormiga del tamaño de un autobús. Por mucho que te enjuagues, el sabor no se quita, aunque lo hagas con disolvente. Realmente inolvidable. Hace al menos doce años que lo probé, y el recuerdo sigue siendo muy, muy, muy nítido.
8º. Dulce. El pis de gato. No, no es broma. El Niño Amarillo y la Estrella de Ojos Verdes son testigos. El Pirracas, uno de mis gatos, se asustó de los aspersores mientras le examinaba una herida. Mi padre lo estaba sujetando bocarriba, así que mi cara estaba en su trayectoria, que cruzó sobre mi boca abierta. Realmente no fue del todo desagradable.
Se lo paso a Cancho, a Katmio, a Pomulates, a la Dra Happy Adams si está por aquí, a Saintwolf y a Quettaheru. Me falta uno, así que si alguien más quiere cogerlo, que lo haga.