Añado los bocatas a la colección de paquetes de frutos secos y zumos que hay en el fondo de mi mochila. Prismáticos, cámara y la libreta de campo. Corro hacia los comedores universitarios a y media, y por el camino me encuentro con Marina la Biopeligrosa. Cuando llegamos al punto de encuentro, somos 5. Se supone que el bus sale a las 8, pero hasta las y media pasadas no aparece ninguno. Para entonces ya se ha juntado un grupito apañao de gente.
Intento dormir algo en el corto trayecto hasta Prado Negro, en el Parque de Huétor, pero me resulta imposible. Los paisajes son cada vez más sorprendentes. Había olvidado aquello que cuando pequeña me parecía lo más natural del mundo, cuando iba allí a pasar el día. Las montañas deben ser altas, picudas y cubiertas de árboles.
Empezamos a ascender campo a través, hacia una acequia que rezuma agua por la ladera, formando una comunidad de plantas llamada Adiantetea capilli-veneris que también se encuentra en laderas de agua corriente o en travertinos. Las piernas y los párpados nos pesan de sueño y cansancio; no hay muchas ganas de moverse.
Encontramos Erodium rupicola en grietas de rocas, una especie fisurícola como las arenarias (cariofilaceas) de la familia de los geranios. Junto a ellas, Sedum, que aprovecha el sustrato creado por las fisurícolas, pues necesita algo más de tierra.
Bajo los quejigos (Quercus faginea) encontramos Paeonia coriacea, a punto de abrir sus capullos. Yo ya las había visto en la sierra de San Jorge el año pasado, y sorprendentemente me acordé. Es una planta antigua que indica suelos maduros y profundos, típica de las sierras béticas y que crece en sustratos básicos.
Las plantas eurosiberianas florecen antes de echar la hoja. Entre ellas tenemos las Anemonas, Violetas, Ficaria... Litodora fruticosa es una borraginácea, también llamada "Hierba de las siete sangrías" por sus propiedades medicinales (se suponía que limpiaba la sangre...)
Los tejos se agarraban a los canchos de las cumbres rocosas, y me hicieron recordar leyendas de cuando era chica, un tejo que alargaba su sombra sobre el agua con malicia, pues el agua a la sombra del tejo era mortal...
Erinacea anthyllis en flor |
Erinacea anthyllis |

Ya iniciamos el descenso serio en zig-zag por la ladera hacia el Sotillo e Iznalloz. Intentamos atrochar las vueltas del camino por el cortafuegos, pero resulta muy difícil, y no se tardaba menos. Las rodillas empiezan a resentirse, y el camino, lejos de acortarse, parecía cada vez más largo. Cada vuelta parecía mayor que la anterior.
Al llegar abajo, calculamos sobre el mapa que la excursión había sido de unos 18 o 20 km. Entramos en el bar, y comprobamos que a pesar de haber bajado los últimos, éramos los primeros en llegar... al llamar a los demás nos dijeron que estaban en otro lugar, así que fuimos nosotros los que les esperamos a ellos tomándonos una cervecita bien fresquita.