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sábado, 21 de junio de 2014

Atreyu: la historia interminable de los ericitos. Entrega II

Después de tres días, lo único que hacía era desearales suerte a las dos crías supervivientes. Estaba claro que la morenita pequeña era una bolt, uno de los caracteres seleccionados evolutivamente, aventureros y temerarios, para poder aprovechar los recursos nuevos. Hoy, al volver de la compra, he visto que Nermal no venía a saludarme, sino que se quedaba bajo el granado, en el jardín. Al acercarme, casi se me cae la compra.

Había encontrado a la cuarta cría. 

Nerviosa, la cogí para comprobar que estaba viva y perfectamente, al menos en apariencia. Bajo las espinas rubias, se le notaban perfectamente los huesos de la cadera y de las patas. La pesé. 60g. Uf, no había adelgazado.

Miré por si la eriza había decidido volver a mi casa y quedarse, lo que era poco probable, y a los únicos que encontré fueron a Nermal, el "Guardián de los Erizos", y a Frodo hecho un rosquito. 

Así que, alegrándome de no haber tirado la leche de cabra, le preparé una jeringa. La leche va diluida en proporción 2:1 (dos partes de leche por una de agua) y preparo 3ml, aunque sólo tiene que comer 2, pero el otro es el que seguro se cae o lo escupe. 

Pero me encontré con un problema. Este erizo no era un bolt, curioso y arriesgado, sino un shy, un tímido que no se arriesga a nada y que tiene miedo de todo. El éxito de este comportamiento es no correr peligros innecesarios. 

Así que un par de veces me lo puse en las rodillas, aunque se hacía una bolita. Intenté abrirle la boca con la jeringa, pero no quería. Pensando que iba a ser más difícil de lo que pensaba, lo he cogido en la mano y para mi sorpresa, al ponerse bocabajo sobre mi mano se ha abierto y ha empezado a olisquearme los dedos con mucho interés. Así que me he embadurnado la mano de leche, para que fuera acostumbrándose, y ha lamido un poquito. Y en cuanto ha visto que de la jeringa salía leche, se la ha bebido de un tirón. Eso sí, son estar agarrado, sólo estando de pie sobre la toallita que le había puesto para agarrarlo y no pincharme. 

Le pude ver la pancita y vi que no estaba demasiado deshidratado. Debía de haber bebido de los riegos del jardín. Pero sí estaba delgadito. 

¡Esto era la Historia Interminable!

Mientras preparaba mi comida, Nermal ha entrado y se ha tumbado delante del transportín gatuno en el que he metido al ericito, a mirarlo con mucho interés. 

Así que, como de momento la Historia parece Interminable, este nuevo miembro de la familia va a llamarse Atreyu. 



PD: aún no le he hecho fotos a Atreyu, está dormidito junto a la bolsa de agua caliente. En cuanto se haga un poco más sociable os lo presentaré. Tengo el presentimiento de que esta historia sí va a tener un final feliz.

viernes, 20 de junio de 2014

Atreyu: la historia interminable de los ericitos. Entrega I

Pues no sé si habrá una campaña de "sobre mi cuerpo decido yo" de las madres erizas en mi casa o qué, pero lo cierto es que, otra vez, ha aparecido una camada de una semana de edad dispersa por mi césped. 

Había salido a tirar el agua de la fregona y escuché un chillidito inconfundible y me fui guiando hasta encontrar un erizo minúsculo llorando entre la hierba. Al ver que no había madre a la vista ni lugar de refugio cercano, eché a correr en busca de un cubo limpio para guardarlo antes de intentar averiguar algo más. No quería repetir lo que pasó hace dos años. 

Antes de llegar a la casa vi a Nermal echado en el césped y al acercarme comprobé que tenía otro ericito entre las patas. Sólo lo miraba, sin hacer nada. Así que entré en casa corriendo, agarré un cubo y la báscula para saber su edad y volví a salir a recolectarlos. 

En total encontré cuatro, dos morenos y dos rubios, con la ayuda de Nermal, que me los fue buscando. Al revés que hace dos años, en vez de permanecer juntos se habían dispersado aleatoriamente. Pensé que el nido tenía que estar en la hierba de la pampa (Cortadeira selloana). Al pesarlos confirmé que tenían la misma edad que los de la otra vez, pues tenían pesos que oscilaban entre los 50g y los 60g.
Como me tenía que ir, dejé a mi familia encargada de buscar a la madre y el nido. Hace varias semanas que veíamos a una eriza gordita rondar por la hierba de la pampa y pensamos que muy lejos no tenía que estar. 

A la noche, cuando volví, me dijeron que habían visto una eriza por la hierba de la pampa, así que los soltamos junto a ella y salieron llorando, llamando a su mamá. Vimos que iban todos derechitos hacia dentro así que ya nos relajamos.

A la mañana siguiente me levanté temprano para comprobar que no se habían vuelto a perder por el jardín. Tras una búsqueda exhaustiva, encontré uno que se había debido de extraviar y no había entrado al nido. Estaba mojadito y casi tieso de frío, así que entré corriendo, lo sequé y preparé un par de bolsas de agua caliente para reanimarlo. Mientras, mi madre y yo seguíamos recorriendo el jardín en busca de los demás. Pensé que lo mismo el cárabo de mi casa, hambriento, se los había ventilado...

Salimos a comprar leche de cabra para darle de comer, ya que no sabíamos si su madre los había acogido o los había rechazado y le di una toma. Estaba ya recuperado con el calorcito del agua caliente y se movía perfectamente. Era uno de los pequeñitos morenos que no se asustaba de nada y hasta era suave. A mediodía mi padre abrió la hierba de la pampa y encontró el nido, en el que había una madre y dos crías. Me mosqueé al ver que faltaba la cuarta, pero no la encontramos por ninguna parte. Así que seguí pensando en el cárabo.

Le devolvimos al pequeño y volvimos a cerrar el nido. Sabía que las erizas son muy sensibles y probablemente intentaría mudarse al haber sido descubierta.

Por la noche, cuando ya pensaba que todo estaba solucionado, salí a separar una pelea de gatos (la madre de los gatitos no hace más que fastidiar a los míos) y de pronto escuché de nuevo la llamada de un ericito. Al borde de la desesperación (qué pasa con estos bebés?) salí con una linterna a ver qué pasaba. 

A cincuenta metros, ya en el cauce seco del arroyo, pero aún dentro de mi propiedad, estaba la madre eriza de mudanza. Pero sólo llevaba dos crías. Una era la morena pequeña que había salvado por la mañana, que era la que había empezado a gritar cuando yo salí a regañar a los gatos, y que me contestaba cuando hablaba, de hecho, se me venía a los pies en vez de quedarse con su madre y la tuve que redirigir varias veces, porque me seguía. La otra no pude distinguirla bien si era rubia o morena. 

Si sólo quedaban dos... ¿dónde estaba la tercera? Volví preocupada al nido y metí las manos entre las cintas, buscando la tercera, por si aún estaba viva. Pero no lo estaba. 

Mi padre y yo, tras comprobar que estaba definitivamente muerta, abrimos tristes un agujerito en la tierra y lo enterramos. Al taparlo, vi que empezaba a brillar una luciérnaga justo al lado. Era la primera luciérnaga del verano. 



martes, 17 de julio de 2012

Erizos huerfanitos



El martes por la tarde nos encontramos estas cuatro preciosidades. No teníamos ni idea de qué hacía de día por ahí, sin su mamá, y pensamos que ya debería esta destetados. Salieron del montón de leña, donde debían de haber sido criados. Les dimos agua porque hacía mucho calor, pero no nos atrevimos a darles pienso; por una parte, nos parecían muy pequeños, y por otra, pensábamos que no había que intervenir demasiado: a lo mejor su madre volvía por la noche.

Pero han pasado los días, hemos seguido dándoles agua, y ni se dispersaban, ni aparecía madre ni nada. No se movían del lado del montón, y estaban despiertos de día (aunque son nocturnos). Debían de estar muy solitos, porque cuando te escuchaban andar por la hojarasca se venían detrás de ti. Los veíamos acurrucarse cerca de la leña, donde debían de tener el nido, y cuando les empezaba a dar el sol se cambiaban a la sombra. Daban pequeños grititos si se chocaban con tu pie, o si te oían marcharte. 

Y ayer por la tarde, cuando fui a enseñárselos a Mugen, había tres dormidos. Dormidos para siempre. Alguno de ellos debían de acabar de morir, porque aún estaba blandito. Otro se había muerto durmiendo, acurrucadito. Y el tercero estaba donde lo había visto durmiendo la siesta esa tarde. El cuarto, el más pequeñito, salía de la sombra y se acercaba a sus tres hermanos tiesitos, se acurrucó y les chilló un poquito. Pero a ver que no se movían, cogió el caminito y se fue para otra parte. 

Caímos en la cuenta de que lo mismo eran demasiado pequeños, que llevaban mucho tiempo sin aparecer madre eriza,y a lo mejor no sabían comer. Demasiado tarde, se me ocurrió buscar información en internet. Claro, como siempre decimos que la Naturaleza es sabia, que no hay que intervenir, que tienen que aprender solitos... pero si han atropellado a su madre, ya no es asunto de la Naturaleza. Está causado por humanos, así que es responsabilidad de humanos...

En La web de los erizos encontré los intervalos de peso que podían darme una pista de la edad que tenía el erizo que quedaba, y por tanto, cómo debería cuidarlo para que no muriera como sus hermanos.

Cuando lo puse sobre la báscula, en un cubito para que no se moviera, casi se me para el corazón.

55g.

El peso mínimo de las dos semanas. Teniendo en cuenta que debía de llevar casi una semana sin comer, podía llegar a tener tres semanas, pero estaba muy desnutrido.

Y eso significaba que aún no estaba destetado. Que su madre no haba vuelto por allí, y que muy probablemente estaba muerta.

Era domingo. Según la web de los erizos, y el correo de la Presidenta de la Asociación Protectora de Erizos, a la que escribí pidiéndole ayuda, la leche que mejor sirve para sustituir la leche de eriza es la de cabra. Recordé que en el Carrefur había leche de cabra, pero estaban todas las tiendas cerradas. Y luego, lo que parecía una idea peregrina, se convirtió en la única opción. El niño con el que me iba al instituto, hace ya más de 10 años, tenía cabras. Lo sé porque su padre todas las mañanas, a las 8, cuando me recogía, siempre llevaba varios  quesos de cabra para venderlos, de sus propias cabras. Llamé al centro de recuperación de Los Hornos y me dijeron que hasta el día siguiente no podrían venir a por él. No iba a aguantar. No, a menos que yo intentara hacer algo.

Rezando para que aquél hombre hubiera seguido criando cabras, me acerqué a todo correr (que es mucho, pensando que a mediodía, al sol extremeño, hace una temperatura respetable). Me encontré a mi antiguo compañero de viajes. Me dijo que hasta las 7 de la tarde no ordeñaban las cabras, y que hasta esa hora no tendría leche.

Preocupada volvía casa. Para las 5 y media o 6 de la tarde, el erizo se había desmayado. Decidimos darle agua con una jeringa, obligándole a tragar con un palito. Algo entraría, porque la tripita empezó a hincharse. Me fijé en el pellejito de su pancita, y la deshidratación que tenía era muy grave, el pellizco se quedaba completamente hacia arriba y no se retraía. La piel del hociquito estaba cuarteada, y también la de las patitas. Respiraba muy flojito, así que le pusimos de lado, con la cabeza un poco más alta, y cuidamos de que la lengua no le taponara la glotis (como me dijo hace unos días Jorge el veterinario con mi gato Pirri). Estaba rebosando de pulgas, garrapatas y ácaros, así que para manipularlo nos embadurnamos de aután, y Mugen se dedicó a desparasitarlo con una pinza. Aunque las pulgas del erizo son específicas (Archaeopsylla erinacei), también nos picaban a nosotros.

Dieron las siete, y me fui desesperada a por la leche. Era evidente que no tenía mucha energía, y que no iba a despertar si no conseguía algo de alimento. Recé para que tuviera suficientes fuerzas para hacer una digestión mientras esperaba entre los cabritillos, que me mordisqueaban el vaquero, a que la madre de mi vecino me llenara un botecito de leche.

Llegué a casa con un cuarto de litro de leche de cabra recién ordeñada, hice rápidamente la disolución de dos partes de leche y una parte de agua, y se la dimos poquito a poco. Le hice un masajito vertical en la tripa, para estimularle la defecación; hacia las ocho y media de repente tuvo un espasmo, se hizo una bolita, dio un gritito y se orinó en mi mano. Pero después de eso empezó a reaccionar. La lengua ya no le caía fláccida, sino que se quedaba en su sitio, y tragaba mejor. Cuando cayó la noche ya nos seguía con la mirada y movía un poco las patitas. Le dí más leche a las once, y fui alternando leche con agua, para intentar rehidratarlo, y luego me esperé a las dos de la mañana para otra toma, ya que la web de los erizos decía que a esa edad hay que darles leche cada 3-4 horas. Como hacía frío al raso, y cuando se está desnutrido y se ha estado desmayado es difícil conservar el calor, lo metí en casa, en un cubo, con una bolsa de agua caliente que comprobaba cada hora, y lo tapé con una tela de chándal.

A las 7 de la mañana había trepado solito a lo alto de la bolsa y estaba muy espabilado. Le dí una toma más y me volví a acostar. Sin embargo, a las 10, cuando fui a verlo, había vuelto a desmayarse. No pude darle más leche, y aún no me había llamado el del centro de recuperación para decirme a qué hora venía. Lo saqué a fuera, e intenté animarlo como a la víspera, pero cada vez respiraba menos. Para colmo, el hombre del centro de recuperación se había perdido por la urbanización.

Cuando por fin se lo llevaron, me sentía fatal. Le había redactado un informe al veterinario para que supiera qué había comido y qué había pasado. Ya no sabía qué le ocurría, ni qué podía hacer para que sobreviviera. Y me sentía culpable de no haber intentado averiguar antes su edad, ni si podía haberles ayudado antes si los hubiera pesado cuando nos los encontramos.

lunes, 15 de junio de 2009

Vecindario III

El otro día, por la tarde, mientras destendíamos la ropa en el patio, encontramos esto:



Se trata de un erizo común (Erinaceus europaeus, creo) que estaba comiendo los huesos de pollo que habíamos puesto a los gatos.




Poco depués decidió echarse una siesta, sin importarle que nosotros estuvieramos alrededor, incluso los gatos lo olisquearon un poco.



La noche siguiente estaba robando también la comida a los gatos, pero esta vez comía pienso.


Los erizos sufren d
e garrapatas, ya que al tener las púas, no pueden rascarse y quitárselas. Éste en concreto es el erizo más cuajado de garrapatas que he visto en mi vida.


También hay que tener cuidado si los cogemos. Su orina es altamente tóxica (según la tradición, la orina de un erizo hembra puede matar a una persona, mi abuela siempre nos a contado que su prima del pueblo se murió por comer un queso sobre el se había meado una eriza),
y es posible que nos arañemos con sus púas, así que se hace necesario un buen lavado de manos en cuanto lo soltemos. Si nos mean es mejor no restregarnos las manos, porque podría causarnos urticaria, y por supuesto, no tocarse la cara ni los ojos.

Suelen ser bastante asustadizos, pero éste en concreto ha superado su timidez. Normalmente comen en la esterquera, pero parece que el pollo les gusta más.
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