viernes, 9 de marzo de 2012

Excursión navideña a los Castaños del Temblar y Garganta de los Infiernos.

Capítulo 1: Los Castaños del Temblar. Ents en Segura de Toro.


Estas Navidades hemos hecho una excursión de 3 días a la zona de Hervás. ¡Qué bonita está la montaña en invierno! Esos bosques de robles, pelados, con todas las hojas en el suelo, formando un colchón muy blandito. ¡Qué colores! ¡Qué tranquilidad! ¡Y qué frío!

Y lo que más me he hecho disfrutar: cómo me gusta compartir esas excursiones contigo, Mugen.


Aunque aún no era el día de Reyes, Mugen recibió su regalo un poco antes, para poderlo disfrutar en el campo: un Kit de Superviviente Setero (guía de setas, cesta de mimbre y navaja de Don Benito). Aunque el frío y las pocas lluvias  no nos han dejado muchas setitas.

Nos alojamos en una casita rural de Hervás, a 3 minutos del centro. Con un jacuzzi en el dormitorio, una terraza con unas vistas fantásticas y todo muy arregladito y nuevo.

Aquella mañana llegamos a Segura de Toro bastante tarde, pero es que por la mañana hacía mucho frío. Después de brujulear un poco por el pueblo, encontramos el cartel informativo, ya que lo único que sabíamos era que los castaños estaban cerca de allí.


Aquí decía que el recorrido tenía unos 2 kilómetros de recorrido (4 ida y vuelta) así que nos animamos y seguimos las indicaciones. Hay que subir una calle muy empinada que pasa por el cementerio del pueblo y que termina en una verja de coto de caza que hay que abrir para poder seguir el camino. Está muy bien señalizado de todas maneras, no tiene pérdida. 

Poco después de empezar el ascenso, se entra en un bosque de robles melojos (Quercus pyrenaica) que aún tienen algunas hojas secas entre sus ramas, ya que tienen un poco de marcescencia (cosa que también les pasa a los quejigos, es decir, que se le secan las hojas, pero no se les caen hasta que salen las hojas nuevas). Allí escuchamos un sonido familiar: el del picapinos (Dendrocopos major), algo ya habitual en nuestras excursiones. Estaba a un par de árboles de distancia, picoteando boca bajo la corteza de una rama, buscando bichitos como un loco. 

Estuvimos observándolo entusiasmados, hasta que dos excursionistas ruidosos nos lo espantaron :( 
Entre los robles se veían cortinas de ombligos de Venus (Umbilicus terrestris), y algunos majuelos (Crataegus monogina) crecían entre ellos, con sus frutos rojos.

Seguimos andando hasta que vimos el valle de río Ambroz, en el que estaban los Castaños del Temblar. Estaba precioso a aquella hora del día. Un cuervo (Corvus corax) posado en el camino nos gruñó un poco antes de echar a volar. ¡Qué bicharraco! También nos sobrevolaban dos buitres negros (Aegypius monachus) y un milano real (Milvus milvus).

Un poco más adelante, algunos castaños jóvenes (Castanea sativa) se mezclaban con los melojos. Algunos torviscos (Daphne gnidium) y cebollas albarranas (Urginea maritima) salían entre las piedras, dándole al campo un toque de verde vivo. 


El sol se iba acercando al ocaso, a pesar de que era mediodía. Pero es que en los valles anochece mucho antes. Tuvimos que apretar el paso, si no, se nos haría de noche.



Por fin vimos los castaños. Había que cruzar sobre unas piedras el Arroyo del Temblar, que llega al río Ambroz, poco más que un regato, para llegar a una cerca que los protege. Allí encontramos el primer hongo de Mugen, y se puso a identificarlo enseguida. Luego los vimos, los vimos de cerca.

Los Ents. Los Castaños-Ents. 

Eran impresionantes.

Y estaban vivos. 

Según el cartel informativo, eran 5 castaños de entre 500 y 700 años. Eso quería decir que en la Edad Media, algunos de ellos ya estaban allí.

Los ents más grandes que he visto en mi vida. Y los más viejos.
Estuvimos un rato asombrados, junto a los árboles. Eran gigantescos, y parecía que de un momento a otro fueran a levantarse.

Yo, abrazando al ent llamado Hondonera, el más grande, con 700 años y más de 25m de altura. ¡Qué chiquitita me siento a su lado!
Recordé por qué estaba allí: un profesor de la escuela de ingeniería (un hombre bastante peculiar) nos había instado muy vehementemente en clase a visitarlos, como una de las grandes maravillas de Extremadura. En aquel momento, todos pensamos que exageraba, pero yo apunté el nombre en el margen e los apuntes y, cuando estaba estudiando el examen de diciembre, pensé que no estaría mal hacer una excursión.

Buscando hadas en el interior del tronco del Castaño del Arroyo
Corteza retorcida del Castaño Bronco
Aquel lugar era mágico. Casi podían verse las hadas, o los elfos, entre los árboles. El silencio era sagrado (no habíamos vuelto a encontrar gente desde el picapinos, ni más picapinos que hicieran vibrar los troncos).


El señor Santiago, mi profesor, no exageraba. Es una visita obligada, para ver esta maravilla de la naturaleza. Ciertamente, en Extremadura tenemos infinidad de rincones, de parajes, de lugares en los que la naturaleza está exuberante, y que la mayoría de nosotros casi no conocemos. 

Lástima que se me acabaran las pilas (como siempre, en el momento que más falta hacían) porque me faltó retratar al Menuero y al Retorcío, que junto con el Bronco, el del Arroyo y el Jondonero, conforman este grupo de 5 castaños-ents centenarios. Hay que volver en primavera, cuando las hojas verdes y el renacer de la vida crearán un dosel de magia del que ya estoy impaciente por disfrutar.


Capítulo 2: Garganta de los Infiernos. Ruta de Los Pilones.


Al día siguiente, fuimos temprano (todo lo que se pudo con el frío y la carretera helada) hacia el valle del Jerte. Cogimos la carretera del puerto de Honduras y disfrutamos de la ascensión, lenta por el hielo en el asfalto.


Félix, el lince, nos acompañaba esta vez y miraba impaciente por la ventanilla. Los paisajes eran impresionantes, con los robles melojos desnudos y las escobas (Cytisus sp) dando la nota verde en la cuneta. La carretera era bastante estrecha y había que apartarse cuando nos cruzábamos con alguien. Además, las curvas cada vez eran más cerradas, el asfalto estaba cada vez más levantado y todo era bastante empinado.





Seguimos subiendo hasta que llegamos al puerto de Honduras. Paulatinamente iban dejando de aparecer árboles, e iban siendo sustituidos por arbustos, escobas y más arriba, piornos (Cytisus purgans). Allí arriba paramos un poco para disfrutar de las vistas. La neblina no se levantaba, dándole un aspecto aún más invernal al paisaje.
Vista del valle del Jerte desde el puerto de Honduras. Gredos al fondo.
Piornal en el puerto de Honduras (formación fitosociológica del oromediterráneo). Se trata de un piornal serrano silicícola de Cytisus purgans bejarano-gredenses occidentales y salmatinos, Cytiso purgantis-Echinosparteto pulvinoformis sigmetum.
Félix se daba una vuelta por el campo
Después de un rato, decidimos seguir bajando; al fin y al cabo, aún quedaban bastantes kilómetros hasta llegar a Jerte, desde donde iba a partir nuestra ruta por Garganta de los Infiernos.


En la otra vertiente, ya en el valle del Jerte, volvieron a aparecer árboles, otra vez robles melojos, en las praderas de alta montaña , junto a los arroyos y en las zonas más recogidas. Mugen quiso intentar probar el agua, que bajaba bastante limpia.





Un grupito de melojos temblones entre los que estuvimos viendo una bandada de arrendajos (Coracias garrulus)

El valle del Jerte, velado por las nieblas y el humo de las chimeneas.

Plano esquemático y perfil de la ruta
Por fin llegamos a Jerte, donde buscamos el campamento de Carlos V y el centro de interpretación de la Garganta de los Infiernos, desde donde parte la Ruta de los Pilones. Allí dejamos el coche (ya que Garganta de los Infiernos es Reserva Natural) y comenzamos la subida.

Es una ruta de una hora si se va a buen ritmo, aunque nosotros la estiramos bastante más porque nos encanta ir haciendo fotos y disfrutando del camino. Se trata del principio de una ruta más larga (la Ruta Circular de garganta de los Infiernos), pero esta puede hacerse ida y vuelta tranquilamente en una mañana.

Lagartija ibérica (Podarcis hispanica) creo
Al paso nos salían multitud de lagartijas comunes, y también tuvimos el placer de observar a una lagartijilla ibérica.


Félix nos acompañó todo el camino
El camino transcurre por un bosque muy agradable de robles melojos jóvenes (Quercus pyrenaica) que aún tenían algunas de sus hojas secas en las ramas (es lo que se llama marcescencia). 
A sus pies había algunas matas de rusco (Ruscus acutifolia), un arbusto que tiene filóclados (es decir, que lo que parecen hojas son realmente tallos ensanchados para hacer la fotosíntesis, en cuyo centro salen las minúsculas hojas y las florecitas), jara morisca (Cistus salviifolius) tan típica en casi toda Extremadura, cantueso (Lavandula stoechas), y helechos águila (Pteridium aquilinum) que aunque los frondes se vieran secos, en primavera reverdecerán y volverán a su profuso crecimiento vegetativo.

De camino al mirador de la Chorrera, nos vimos sumergidos en plena Tierra Media.
 
Cuando ya llevábamos como dos tercios del camino, nos encontramos una bifurcación que nos invitaba a visitar el Mirador de La Chorrera de la Virgen. Al subir, nos encontramos trasladados al mismísimo Amon Hen. De repente estábamos en plena Tierra Media, y parecía que en cualquier momento iban a aparecer los Uruk Hai trotando por la hojarasca, pisoteando los helechos y las piedras llenas de musgo... El camino seguía solitario, y sólo se escuchaban lejanos cantos de algún pájaro que no fui capaz de identificar, pero que bien podría haber sido una llamada de los hombres de Faramir.


En algunos tramos, el bosque desaparece para dejarnos pasear al solecito, que este día picaba un poco y el abrigo sobraba.Toda la ruta está bien señalizada, y no hay que ser ningún escalador para realizarla, pues todo está muy accesible.


La Chorrera de la Virgen
En la Chorrera de La Virgen aprovechamos para descansar un poco y tomarnos un tentempié, disfrutando de las impresionantes vistas del valle del río Jerte, y de la cascada que brotaba en medio de la ladera de enfrente. El sonido del agua corriendo por el fondo, entre los árboles de ribera, completaba la estampa relajante

Félix aprovechó para darse una vuelta. A lo lejos, Gredos nevado, aunque bien podría haber sido el monte Caradrhas, y el puerto de Honduras.
Volvimos a coger el camino, impacientes por llegar a Los Pilones. Aunque quedaba bien poco, se nos hizo largo: el hambre apretaba. Seguíamos las señales del camino, que consistían en una banda blanca y otra de color (en nuestro caso el azul que cuando se juntó con la ruta verde hacía una bandera curiosa sobre las rocas y los postes).

El camino en el que Frodo se encontró al Nazgûl. Bajada a los Pilones.
El sol ya declinaba cuando llegamos a los pilones, que ya estaban en sombra. Las fotos no son tan espectaculares como si las hubiéramos hecho temprano, pero dan una idea aproximada de lo que hay allí: enormes y pulidas ollas o marmitas de gigantes, desbastadas por los remolinos y el paso del agua durante muchos años, desgastando el granito de la montaña  y esculpiendo estas pozas llamadas los Pilones, donde la gente viene en verano a refrescarse con el agua helada del río Jerte.


Comímos en silencio, disfrutando del ronroneo del agua entre las rocas, admirando el solitario paisaje de alrededor y las fuerzas de la naturaleza, que habían moldeado todo aquello con mucho, mucho tiempo. Además, no había un alma. Estábamos solos en la Naturaleza Salvaje.


Mugen de repente tuvo un flash-back: recordó emocionado que con sólo 3 añitos sus padres le habían llevado a Los Pilones en verano, y la rabieta que tuvo porque quería quedarse allí.
La tarde llegaba a su fin. Teníamos que acelerar el paso si no queríamos que se nos hiciera de noche (como siempre, apurando hasta el final los últimos rayos de sol para disfrutar del lugar). Habrá que repetir en verano, cuando podamos probar las frías y cristalinas aguas de Los Pilones.


Tengo que agradecer a Apartamentos Hervás y Punto la atención recibida, y que gracias a las guías que nos prestaron de la Junta de Extremadura, pudimos diseñar con tranqulidad todas las excursiones. El apartamento era precioso, muy nuevo y bien equipado, con calefacción de sobra y unas vistas preciosas.

3 comentarios:

  1. Acabamos muy cansados pero mereció la pena ir a visitar a Bárbol y sus colegas.

    Hacía muchos años que no visitaba el pueblo de mi infancia y fue muy bonito. Habrá que repetirlo en verano.

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  2. Ejey Maldición! recuerdas que nos pusimos cara el otro día en el Curso? mi blog es el de Sierra Morena
    http://naturaracena.blogspot.com.es/

    Salud!
    PD: espero que le diérais buen viaje de vuelta al paisano jeje

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    Respuestas
    1. Jeje, sí el viaje no fue malejo del todo...

      Mi hermana está deseando que la saque a ver pájaros... ¡¡creo que he creado un monstruito!!

      A ver si tengo un ratillo y pongo alguna entrada sobre el curso. La verdad es que os quedó muy bien, se nota cuando la gente sabe organizarse bien y controla el tema.

      Besoooss!!

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