sábado, 5 de mayo de 2007

La temeraria y polémica salida al reciente Parque Nacional de Monfragüe

Viernes cuatro de mayo de dos mil siete. Las 6:30 de la mañana, suena el móvil y me levanto a oscuras para evitar que despierte a mi prima de tres años, que duerme a mi lado. Me visto con cierta dificultad después de una noche incómoda en una cama extraña y abismalmente grande.

Desayuno en el silencio de la pequeña cocina dos tostadas con queso fresco y un puñado de pasas, con cierto riesgo de vomitona por la hora tan temprana, y me bajo a la esquina donde había quedado con mis amigos. Hace un poco de frío y el cielo aún está bastante oscuro, y mis amigos se retrasan. Cuando mis dedos estaban empezando a sentir los efectos de la congelación y ya estaba a punto de echar a andar sin esperarlos más, aparecieron saltimbanqueando, entre ellas Factor-X, mi queridísima compañera de aventuras, también conocida como Pomulates.



Pomulates con una amapola real.





Llegamos a tiempo al bar donde habíamos quedado con el resto de la clase y me pongo a contar a la gente, porque soy la dele y tengo que hacer esas cosas. Cuando llega el autobús, aún faltan dos. Esperamos diez minutos, pero permanecen ilocalizables, así que nos marchamos sin ellas.

EN EL NANOBÚS...

En el "Nanobús", bautizado así por l@s Yaiug, al fondo, tengo a A(punto)-A(punto) [en primer plano] y a JJ sentados delante de mí, y a mi lado a Factor-X, que mira por la ventanilla con aire ausente. Macho-Y, mi otro compañero en las andadas de los rabilargos y del que hablaré más tarde, va sentado cerca también, junto a Babúu. Bueno, dadas las dimensiones del nanobús, todos estamos muy cerca, y nos reímos mucho. Sobre todo al pasar por Cáceres y admirar las bellas esculturas que posan en sus rotondas. Sobresaliente la parada del bus, en el pueblo de Etérea Cacereña, justo enfrente de su casa.

Al llegar al pie del collado que preside la torre del homenaje de Monfragüe, nos dividimos en dos grupos, uno con cada profesor, a elegir: Retamoide o señor Fresa. Pomulates, Eterea Cacereña, la Chumaker, Pocahontas, la Mangurria y yo nos decidimos por Retamoide. Los demás (unos 15) prefieren al señor Fresa. Ellos se lo pierden.

La muleta no me impide moverme por el monte; las dificultades son mínimas y las ganas de campo, muchas. Subimos por la solana apuntando nombres y fotografiando muchas plantas. Encinas y algunos alcornoques, jalonadas de cuando en cuando por cantuesos y aulagas, además de algunos acebuches, colorean la ladera. Uno de los últimos reductos del bosque mediterráneo que se recupera de los abusos sufridos a manos del hombre. A pesar de ser la Dehesa uno de los pocos ecosistemas sostenibles creados por el ser humano, el campo sufre.




El último tramo de escaleras es duro para alguien desentrenado, pero Factor-X y yo comprobamos que nuestras salidas como cazadoras de rabilargos dan sus frutos. En la subida hemos visto, o más bien oído, porque el profesor apenas nos permitía levantar la vista de las plantas, herrerillos con sus pollos revolanderos, pinzones con su canto penetrante que parecían seguirnos, aviones, algunos buitres leonados que se enroscaban en las térmicas y varios rabilargos, que alertaban o llamaban a su bandada. Dudamos de si el profesor nos dejaría levantar la vista aunque el buitre se nos posara en un hombro y empezara a comerse nuestra oreja.

Un rato después descubrimos que nuestro profesor Retamoide tiene miedo a casi cualquier cosa que no hunda sus raíces en la tierra (y sospechamos que a nosotros nos incluye a veces en esa categoría); el bote que da cuando menciono una araña en el pie de Etérea Cacereña es memorable. Luego nos fijamos en la expresión de horror que le cruza la cara fugazmente cuando hay algún tipo de bicho en la planta que nos está enseñando, especialmente si se trata de una arañita en su tela. Se nos ocurren algunas maldades... pero no llegamos a ponerlas en prática.

Al llegar nosotros arriba, el otro grupo ya ha empezado a bajar.¡Tenemos que ganarles! No puede ser que ellos, que son más, vayan por delante.
Nosotras subimos las oscuras, oscuras escaleras de la torre del homenaje y disfrutamos del paisaje, a pesar de algunos vértigos. Nos tumbamos unos minutos para descansar; los buitres nos sobrevuelan, junto con algún milano negro, y el viento nos revuelve el pelo.

Por orden, de izquierda a derecha: Cota-K, Pomulates, Etérea Cacereña y Chumaker.

Al bajar, la vegetación cambia radicalmente. Más alcornoques, mirtos, brezos y labiérnagos, junto con gran cantidad de helechos y musgos, cubren la ladera de la umbría. El camino es estrecho y resbaloso, lleno de barro, piedras y charcas. Las zapatillas resbalan y una tras otra tropezamos o d amos con nuestros huesos sobre el suelo. Factor-x bate el récord, e incluso es fotografiada en una de las caídas.

Para comer, nos acercamos en el nanobús a Villarreal de San Carlos. Varias excursiones de escolares y de extranjeros ya llenaban los merenderos, pero todos nos conseguimos hacer un sitio en una de las mesas. Me tumbo sobre una mesa desocupada después de terminar el bocadillo y el helado, pero no consigo dormirme. Mis compañeros se hacen amigos de los niños de primaria del merendero cercano y saltan a la comba. Hablamos y hacemos bromas con ellos, pero después de un rato se tienen que marchar. Admiramos los caballos que pacían cansados detrás de nosotros y les hacemos alguna foto.

Después de comer vamos al centro de interpretación. Se arma una buena en el laberinto de los sentidos. Como todos sabemos, las manchas de semen, y las de tónica, brillan a la luz ultravioleta, con la que estaba iluminado el recorrido. No descubrimos ninguna mancha, pero nos aglomeramos y nos damos sustos, y hacemos fotos de las caras que ponemos. Los rabilargos de la maqueta merecen una mención honorífica. De no ser por la capa de varios centímetros de polvo que les cubría, podría decirse que con el tamaño que tenían, podían habernos llevado volando hasta alguno de sus nidos para destriparnos. Tenían los hombros muy anchos y la mirada asesina; parecían nacidos de un experimento radiactivo y retorcido de algún artista desequilibrado.


Al salir nos fuimos al Salto del Gitano para ver esta planta que está protegida y se llama Adenocarpus argyrophyllus.

También había una dedalera (Digitalis taxis) en flor; la digitalina sirve para elaborar medicamentos para el corazón.Retamoide nos aclara que no se nos acurra comernosla si estamos en la mitad de la montaña y nos da un infarto. Los buitres no estaban por la labor, debían de estar durmiendo la siesta, y había poco más que mirar, así que nos fuimos enseguida.


Ya en el autobús, A(punto)-A(punto), Babúu y Pomulates cayeron ipso facto, y no tardaron mucho más Retamoide y el Señor Fresa; las fotos a los dormidos se sucedían una tras otra.

Retamoide en el séptimo cielo. La audacia de esta foto se debe a la inigualable e hiperactiva Cucurrita; ahy ue admitir que la imagen está "cucurraísima".






Y sí, yo también caí, junto a Pomulates



Intento dormir lo que queda de trayecto, pero apenas consigo amodorrarme un poco. Al parar a la salida de Cáceres, intentamos hacer planes para salir cuando llegáramos. Al final nos vence la perrería y no quedamos en nada concreto. Podían ser los efectos del oscuro y apestoso cuarto de baño que tenía el bar en el que acabábamos de entrar.
La gente, lejos de estar cansada, parece que tiene renovados ánimos de marcha; la cosa promete. Pero al llegar a Badajoz sólo seis o siete de nosotros entramos en El Guiñol, punto final de nuestro azaroso viaje.

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